La Fazenda, éxito de integración de la cadena y poductores
Estudié los suelos del Cerrado Brasilero y, como buen economista, no veía las barreras que les nublaba la visión a nuestros agrónomos. Encontré un personaje colombiano que trabajaba en Novartis,Enrique Copete. Él me creyó y con ellos empezamos pruebas en el Magdalena medio, en la zona de Aguachica, con resultados excelentes y promisorios. Sin embargo, nos frenaron el valor de la tierra y la falta de extensiones que hicieran válida la tecnificación.
Jaime Liévano
Presidente de Aliar
Revista Nacional de Agricultura, edición 970.
Como todos saben, llevo más de 30 años trabajando por la nutrición humana, produciendoy comercializando proteína de origen animal, especialmente de pollo y cerdo. No acepto que la cadena de producción se inicie en la planta de concentrados con grano importado, porque la logística de traerlo de otras latitudes es muy costosa y se refleja en carnes y huevos 30 por ciento más caros que en los países productores del mismo.
Con ello, quitamos la oportunidad al campo colombiano de generar riqueza y, en cambio, sí contribuimos al bienestar pero en los campos de Estados Unidos y otros países.
Por mi formación de economista, he dedicado gran parte del tiempo a analizar las causas de este despropósito. A pesar de los costos logísticos, Colombia mantuvo durante muchos años la protección que terminó propiciando el umbral de la comodidad en los productores de fuentes de energía como el maíz y el sorgo, siendo más fácil ejercer la presión política, que mejorar la productividad. Estando de presidente de Fenavi -y ante la amenaza de los Tratados de Libre Comercio, TLC, tuve la oportunidad de acompañar al gobierno en las primeras sesiones donde se podían prever dos de ellos: uno con Mercosur y otro con Estados Unidos; y la verdad al que le temía era a un Tratado con Brasil, pues se bajaba el costo del grano, pero nos “barrían” en pollo.
Brasil era tan eficiente en pollo, que me dediqué a estudiar cómo acercarnos a su costo, pues no todo estaba en el valor del grano, las escalas de producción o el manejo de subproductos. Haciendo ese análisis logré llevar a MacPollo a ser el más competitivo en Colombia, pero no era
suficiente para un mercado cada vez más global, ya que si no producíamos granos más baratos, el futuro estaba en riesgo y no haría justicia con el ya afectado consumidor colombiano.
Estudié los suelos del Cerrado Brasilero y, como buen economista, no veía las barreras que les nublaba la visión a nuestros agrónomos. Encontré un personaje colombiano que trabajaba en Novartis,Enrique Copete. Él me creyó y con ellos empezamos pruebas en el Magdalena medio, en la zona de Aguachica, con resultados excelentes y promisorios. Sin embargo, nos frenaron el valor de la tierra y la falta de extensiones que hicieran válida la tecnificación.
Me fui a trabajar con los pequeños productores de Cereté. Los reuní, les
compré la cosecha por anticipado y les organicé un concurso para llevarlos a Brasil a ver cómo se producía eficientemente. Llevé a 20, pero lo tomaron como un viaje turístico. Algunos mandaron a sus hijos como premio y el resultado fue frustrante. Cuando salió la cosecha, el precio al que les había comprado era más alto que el del mercado, obteniendo resultados impresionantes: todos con más de 10 toneladas por hectárea, claro
está, provenientes de la finca del lado. En la siguiente, el precio quedó por debajo y nadie produjo más de 3 t/ha, pues se salió igualmente por las fincas del lado.
Seguimos luchando y con Enrique Copete hacia el año 2000, nos fuimos a hacer una prueba a una región que nos decían que la tierra no servía para nada, a tal punto que nadie sabía qué era una UAF (Unidad Agrícola Familiar), porque así como lo habían dicho, la tierra no producía nada. Allí encontramos grandes extensiones y tierra barata; nos juntamos con un ganadero que le encantaba el proyecto, Alberto Durán, y entre los tres hicimos una prueba con maíz con resultado espectacular para la época. Iba la gente a caballo a ver qué era esa locura y cuando vimos que podíamos llegar a 5t/ha, compramos una finca que no era la mejor; tenía tierras altas y bajas, muy arenosas, pero tenía títulos y provenían de un señor que había sido gerente de Bavaria en Villavicencio.
Nos asesoramos de Corpoica para sembrar soya y encontré que ni sabían ni querían, convirtiéndome en ese momento en contradictor. Ellos decían que esa zona solo servía para silvo-pastoril y la fragilidad de sus suelos no permitía nada y debían preservarse así. El resto de la historia ya la saben y la reconocen los colombianos, hasta el punto de obtener el premio al Mérito Agrícola otorgado por parte de la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC.
La tierra, dilema a resolver
Una de las grandes dificultades para el proyecto eran las tierras: su costo, su cercanía, su tamaño, su condición jurídica, entre otros factores. Descubrimos que todo el mundo quería la tierra por la plusvalía y
muy pocos por el fruto obtenible de esta. La gente ha venido comprado tierra como símbolo económico, se transan por debajo de sus valores reales y producen más sin hacer nada.
Una tierra con ganado, en su mayoría con una res cada tres o cuatro hectáreas, con un verano de cuatro meses sin comida para los animales, no solo no produce nada, sino que da un flujo de caja negativo. Si la arrendamos, buscamos la eficiencia, podemos trabajar con economía de escala y todos nos beneficiamos con un propietario que mantiene la propiedad y nosotros la ponemos a producir, la mejoramos, ayudamos a valorizarla, le damos una renta excelente y contratamos a 10 años renovables.
Por eso me gusta la Ley Zidres. Esta no es una ley para la propiedad de la tierra, sino para propiciar su productividad y vincular en torno a la misma todos los actores. Cómo me gustaría que quienes decidan su futuro pongan a Colombia por delante y conozcan las innumerables posibilidades del agro colombiano. Si la leen con cuidado, en la ley Zidres jamás se puede trasladar la propiedad de los baldíos sino a los campesinos y pobladores rurales; se permite arrendar y para esto se tiene que ser productivo.
El arreglo de la tierra no es misterioso: suelos estériles por su acidez, saturación de aluminio y muy pobre en nutrientes, además de bajo porcentaje en materia orgánica. Solución: Cal dolomita, colocar los nutrientes que faltan y ayudar con pasturas para la generación de materia orgánica. Todo esto vale, pero produce. Se requiere capital, paciencia y orden en el crecimiento. Pero no sembramos para vender grano, sino para integrar toda la cadena y alimentar animales. Por lo tanto, requerimos planta de concentrado y planta de separación de aceite para la soya, donde para llegar a la capacidad óptima, se requiere de más de 40.000 hectáreas anuales en soya, necesitando de muchos productores.
¿Dónde deben estar los animales?
Lo más cerca posible para no gastar mucho en transporte, pero teniendo cuidado con la bioseguridad.
¿Qué animales?
Pollo y cerdo que se alía con el ganado, especialmente de leche; con riego
permanente y donde el cerdo pone los nutrientes que requieren los pastos, pero cerca del agua superficial ya que precisan de seis milímetros diarios.
Este proceso demanda mucha gente, muchas fincas, grandes, medianas y pequeñas; trabajando en alianza, con perspectiva de largo plazo y capacitación, todos cabemos en este clúster. Igualmente, bajo este modelo, se genera mucho empleo por las plantas de procesos y de la zona solo saldrá producto terminado, pudiendo sembrar perennes como madera para las calderas, caucho, palma, cítricos, cacao, entre otros.
Las pequeñas propiedades requieren múltiples propósitos, pues se debe utilizar la totalidad de la tierra y apoyo de los grandes productores que con ellos mejoran su escala.
La Fazenda es un modelo diferente de desarrollo agropecuario. No inventamos
nada, damos prioridades diversas, hacemos las cosas lo mejor posible; y es allí donde los hechos hablan por sí solos y valen más que mil palabras.