Campo climático

En diciembre del año pasado, gran parte del mundo celebró la decisión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que se adoptó en Paris, donde se acordó “mantener el aumento de la temperatura en este siglo por debajo de los dos grados centígrados, e incluso más, por debajo de 1.5 grados centígrados sobre los niveles pre-industriales”. Otro factor de euforia diplomática -o al menos de reconocimiento de la interdependencia del sector agropecuario a los vaivenes climáticos- fue el mandato de “aumentar la habilidad para adaptarse a los impactos adversos del cambio climático (…), en una manera que no afecte la producción de alimentos”.

Revista Nacional de Agricultura 969

En diciembre del año pasado, gran parte del mundo celebró la decisión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que se adoptó en Paris, donde se acordó “mantener el aumento de la temperatura en este siglo por debajo de los dos grados centígrados, e incluso más, por debajo de 1.5 grados centígrados sobre los niveles pre-industriales”. Otro factor de euforia diplomática -o al menos de reconocimiento de la interdependencia del sector agropecuario a los vaivenes climáticos- fue el mandato de “aumentar la habilidad para adaptarse a los impactos adversos del cambio climático (…), en una manera que no afecte la producción de alimentos”.

Pero mientras estos grandes anuncios se daban en París, simultáneamente los récords extremos del clima comenzaron a aflorar. En efecto, desde que se llevan registros climáticos, el año 2015 fue el más caluroso desde 1880, y ya el registro para el mes de enero de 2016 arrojó una temperatura superior en 1.13 grados centígrados con respecto a la línea base (años 1951-1980) completando, por primera vez en la historia, cuatro meses consecutivos que el planeta está un grado centígrado más caliente que sus promedios históricos.

Otro récord batido recientemente, fue la concentración de partes por millón de Dióxido de Carbono en la atmósfera, que superó la barrera de las 400 ppm, cuyos efectos sobre el incremento de la temperatura son ya conocidos -y sufridos- y donde ya queda claro que son otros sectores distintos a los agropecuarios y forestales los responsables por esta acumulación de CO2. Asimismo, lamentable fue la pérdida de cerca de un millón de kilómetros cuadrados del volumen de hielo Ártico el año pasado, que conllevó a su vez en un incremento de los niveles del mar cercano a los 14 centímetros.

Más allá del Acuerdo de París -que deberá ratificarse el próximo mes de abril- o de los récords climáticos que seguirán siendo batidos con más frecuencia, es deber del sector agropecuario colombiano saber cómo afrontar y adaptarse -no des- adaptarse- a estas variaciones climáticas -indistintamente sea Fenómeno del Niño o de la Niña.

En así como, se ha insistido, desde años atrás, en la adaptación al cambio climático como uno de los mayores desafíos que tiene el sector agropecuario y rural colombiano y desde 2009 la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, hizo referencia a ello, citando a un estudio de la Organización Mundial del Comercio, OMC, y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, UNEP por sus siglas en inglés, que proyectaba en Colombia “para los próximos 70 años, una disminución de la productividad agrícola entre un 5% y un 15%”. Ya con los efectos adversos sobre la productividad sectorial que arrojaron los Fenómenos de la Niña -en 2010-2011- y el del Niño actual, no nos tocó esperar seis décadas para ver cumplida la predicción realizada por la OMC y la UNEP.

Técnicamente, los esfuerzos de los agricultores y del gobierno nacional para adaptarse al cambio climático se han reflejado en proyectos como “Clima y Sector Agropecuario Colombiano: Adaptación para la Sostenibilidad Productiva”, que lideran el Centro Internacional de Agricultura Tropical, CIAT, Corpoica y varios gremios agropecuarios; también en el fortalecimiento de la investigación de nuevas variedades, en formas eficientes de usar el recurso hídrico o en la implementación de sistemas agrosilvopastoriles, fomento de variedades nativas o razas criollas para generar ecosistemas más resilientes.

Sin embargo, más allá de los avances técnicos en temas agronómicos o ganaderos, se hace necesario contar con un sistema de información nacional lo suficientemente robusto que ayude a tomar decisiones de siembra o cosecha -y que catalice realmente el Plan Colombia Siembra-, monitoree el estado de los cultivos y de los suelos, los flujos del comercio internacional -que también se afectan por el cambio climático- y que a su vez permita la consolidación de un sistema de seguros climáticos -para tranquilidad del sector del aun tímido sector asegurador agrícola.

Los cambios climáticos seguirán ocurriendo, y tal como lo anuncia la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, “adaptar a la agricultura al cambio climático es una acción iterativa dada la incertidumbre y la necesidad continua de ajustarse a las variaciones climáticas”. Para lo anterior, recientemente la FAO y Google Maps suscribieron un convenio mundial para unificar esfuerzos de planificación agropecuaria con imágenes y pronósticos satelitales. Así mismo, nuestra institucionalidad agropecuaria -Upra, Corpoica, y la nueva Agencia de Desarrollo Rural especialmente-, deberá buscar un trabajo constante e innovador con el sector privado y el sector de las TICs para cerrar la frontera agrícola del campo, jugar un nuevo partido en el “campo climático” y poder, como lo predijo la SAC hace ya una década, “consolidar el círculo virtuoso de protección ambiental y desarrollo agropecuario”.

Serán estas tareas necesarias -quizá no suficientes- para contribuir al mandato del Acuerdo de París, de adaptar nuestra agricultura al cambio climático, y no afectar la producción de alimentos para un mundo cada vez más poblado, y cada vez más enfrentado a nuevos récords climáticos.