Revista Nacional de Agricultura
Edición 1010 – Diciembre 2020
Sin duda alguna, el 2020, año marcado por el coronavirus y sus nefastas consecuencias en salud pública, en la pérdida de millones de puestos de trabajo, en el incremento lamentable en la tasa de informalidad laboral y en el retroceso en cuanto a pobreza se refiere, nos dejó también al menos dos enseñanzas en materia agropecuaria.
Por un lado, la contribución irremplazable de nuestro sector en la seguridad alimentaria y su papel de garante en materias de estabilidad y generación de empleo en las zonas rurales, reafirmaron la importancia estratégica que este tiene para la seguridad nacional. El campo le cumplió a Colombia, y es momento de que Colombia le cumpla al campo: la construcción de carreteras, la conectividad digital, un régimen laboral propio y los programas orientados a detonar la capacidad de emprendimiento de las mujeres rurales, entre otros, no dan espera.
Por otro lado, la estrepitosa caída en el consumo de los hogares, generada por la pérdida de empleo, tuvo un efecto devastador en algunos sectores y evidenció la debilidad de muchos productores, al depender casi que en su totalidad de los intermediarios y no poder llegar directamente al consumidor final. Tristemente se convirtió en tendencia la imagen de nuestros productores en las carreteras, en redes sociales y en cadenas de WhatsApp, cuando trataban de encontrarles mercado a sus productos.
El sector agropecuario, históricamente, se ha concentrado en el mercado doméstico, el cual podríamos decir que está conformado en su gran mayoría por los 20 millones de ocupados (consumidores) que tenía nuestro país antes de la pandemia y que para ese entonces más de 40% estaban en la informalidad laboral.
Una vez llegó el covid-19 a Colombia, y con él la pérdida de empleo y de ingresos para esos 20 millones de compatriotas, y a pesar del apoyo brindado por el Gobierno Nacional para minimizar este impacto, los productores del campo literalmente perdieron su razón de ser que son los consumidores, y el devastador efecto no se hizo esperar.
Por supuesto, el efecto del covid-19 en nuestro sector habría sido diferente si los productores tuvieran una mayor cercanía con los consumidores nacionales, si se contara con esquemas de almacenamiento y transformación de nuestros productos, y si tuviéramos mayor presencia en los mercados internacionales.
Pero sin duda alguna, otra habría sido la historia si el mercado laboral colombiano no tuviera esa inaceptable tasa de informalidad laboral, si tuviéramos un sistema mucho más robusto de protección en materia de desempleo, y si el país contara con un verdadero sistema de compras públicas, no solo para poder llevarles comida a todos aquellos que se quedaron sin ingresos, sino también para poder beneficiar a los productores, en particular a los pequeños, que se quedaron sin poder vender sus cosechas.
Así las cosas, el 2021 será un año de oportunidades para que los sectores privado y público tomen decisiones que contribuyan a resolver muchas de las debilidades que salieron a flote en el marco de esta pandemia.
En el caso del sector privado, indiscutiblemente, la visión de mercado, la conformación de economías de escala o esquemas asociativos, el desarrollo de procesos de integración vertical, el tener una mayor cercanía al consumidor final, desarrollar estrategias de mercadeo innovadoras haciendo uso de herramientas digitales, entre otros, son caminos que hoy más que nunca se hacen necesarios y que dependen en su gran mayoría de la voluntad y de una nueva visión por parte de los productores.
En el caso del sector público, sin duda alguna, la generación de incentivos o herramientas para fomentar estos cambios serán un gran apoyo. Pero indiscutiblemente, herramientas como el ajuste al régimen laboral para combatir ese vergonzoso nivel de informalidad a escala nacional, que hoy ronda el 50%; la construcción de vías terciarias, que generan empleo y por ende consumo, y que ya cuenta con presupuesto tanto del Gobierno Nacional como del sistema general de regalías; la puesta en marcha de un verdadero sistema de compras públicas de alimentos, que beneficie tanto a ciudadanos en condición de vulnerabilidad como a pequeños productores, y las acciones concretas para fortalecer la capacidad emprendedora de las mujeres colombianas y en especial las del campo, tampoco dan espera.
Y como si fuera poco, no hay que olvidar que el 2021 también marcará el inicio de la carrera por la Presidencia de la República, y en ese escenario la suerte del sector agropecuario y el futuro del mercado laboral colombiano serán parte fundamental del debate político.
Así las cosas, el plato está servido para que el 2021 sea un año transformador y de recuperación para la economía colombiana, y en particular para nuestro sector.
¡Un buen 2021 para todos!