Revista Nacional de Agricultura
Edición 1007 – Septiembre 2020

Esta tecnología está lejos de desaparecer, dice en este artículo Sherly Montaguth, coordinadora de Comunicaciones para la Región Andina de Agro-Bio.

Desde el 2003, Colombia ha sembrado más de un millón de hectáreas de maíz y algodón genéticamente modificados (GM). Un nuevo estudio publicado en el 2020 evalúa su impacto tras quince años de adopción de estos cultivos, abriendo la discusión sobre sus resultados y el futuro de esta tecnología en el país.

Si en un viaje por carretera usted transita por municipios del departamento del Tolima y echa un vistazo por la ventana, seguro que se encontrará con el verde de los campos de maíz que allí se cultivan. Si llega a San Juan, verá una estatua de bronce con forma de mazorca en la plaza central. Aunque ahora, en tiempos de virtualidad, solo una búsqueda en internet le bastará para descubrir que el escudo del pueblo tiene un par de mazorcas que representan la riqueza agrícola del municipio.

No podría ser de otra manera. El Tolima es uno de los departamentos que más maíz siembra y es uno de los principales productores de maíz transgénico del país, conformando la lista de veintiún departamentos con cultivos transgénicos en un total de 100.256 hectáreas, que equivalen a 90% del total del algodón y 42% del maíz tecnificado en Colombia.

La historia de nuestros agricultores ya se ha transformado por la adopción de cultivos transgénicos y, de acuerdo con un estudio publicado recientemente en la revista científica GM Crops & Food, esa historia está marcada por múltiples beneficios para sus bolsillos, sus cosechas y el ambiente. Según dicho trabajo, la evidencia del impacto de los quince años de adopción de cultivos GM apunta a una contribución positiva para la agricultura y para los desafíos ambientales que enfrenta en Colombia.

Ganancias y mejores rendimientos del suelo

La tecnología de los cultivos transgénicos ha significado un aumento en la rentabilidad. Los agricultores lograron incrementar sus ingresos en US$301.7 millones durante estos quince años de adopción. En términos de inversión, significa que por cada dólar adicional invertido en semillas transgénicas, los agricultores de algodón y maíz GM recibieron un promedio de US$3.09 y US$5.25, respectivamente.

También ha significado un aumento en la productividad. Desde su adopción en el 2002, los cultivos transgénicos han agregado 630 mil toneladas de maíz y fibra de algodón a la producción, sin necesidad de destinar más tierras para ello.

Para ilustrar, si la tecnología de maíz GM no hubiera estado disponible para los agricultores en el 2018, mantener los niveles de producción para este año utilizando tecnología convencional habría requerido la siembra de 11.240 hectáreas adicionales de tierra  para el maíz. Esto equivale a alrededor de 5.2% del área comercial total sembrada con maíz en dicho año en el país.

Menor uso de insecticidas, menos emisiones en el ambiente

Una de las características que se le puede otorgar a una planta transgénica es precisamente la resistencia a algunos insectos plaga. La planta que la posea es capaz de producir una toxina que solo es perjudicial para los insectos que buscan comer de ella.

Esta innovación implica una reducción en el uso de insecticidas. Al contar con resistencia se hace innecesario aplicar la misma cantidad de producto. Según el informe, en Colombia se logró una reducción de 27% en el uso de insecticidas para cultivos de algodón GM, y de 65% para el maíz GM. El uso de herbicidas también ha experimentado una reducción de 5% y 22%, respectivamente.

“Nosotros teníamos hasta doce aplicaciones. Ahora por ahí una o dos pero más que todo para chupadores, las otras plagas ya no existen (…) Con el convencional íbamos prácticamente a la pérdida porque no daba ganancia”, dice Arnulfo Cupitra, productor de maíz y algodón transgénico en Tolima, Colombia.

Con la reducción en la aplicación de productos también fue posible bajar el uso de los combustibles que consume la maquinaria utilizada para esta tarea. Así, la reducción de 8.761 millones de kilogramos de dióxido de carbono que no se liberaron a la atmósfera equivalió a sacar 5.410 automóviles de la carretera durante un año.

Lo que trae el futuro en materia de transgénicos

Para el maíz y el algodón hay retos que se mantienen: plagas primarias (como el picudo del algodón) y plagas secundarias del maíz que no son controladas por la tecnología, siguen representando importantes problemas para los agricultores.

El país tiene también sus retos. En materia de competitividad, Colombia sigue perdiendo terreno frente a las importaciones. Según Fenalce, solo en el 2019 se importaron 5.3 millones de toneladas de maíz, y si recurrimos al histórico, el algodón se importa desde 1993 y esa realidad no está cerca de cambiar. Ambos bienes podrían producirse en el territorio nacional para cubrir la demanda interna, y la tecnología transgénica podría ser de gran ayuda para lograrlo gracias a los resultados que ha mostrado en rendimiento, productividad y calidad. Otro problema latente que amenaza con crecer es el cambio climático. La presión de plagas cada vez más recurrentes –incluso la aparición de nuevas plagas– y el estrés que traerán las fluctuaciones en los periodos de lluvias y sequías pondrán a nuestros cultivos a máxima prueba.

En la actualidad, ya se presentan serias dificultades para encontrar mecanismos de defensa a algunos patógenos como el hongo Fusarium RT4, que amenaza con extinguir el banano Cavendish. También está latente la broca del café, que gracias al cambio climático encuentra mejores condiciones para crecer. Existen además el dragón amarillo, que acaba con los cítricos, y el hongo que provoca la pudrición del cogollo en la palma de aceite, entre otros. Ante este escenario, la biotecnología moderna puede entrar a jugar un papel principal en el desarrollo de plantas resistentes que ayuden a enfrentar plagas verdaderamente importantes para los cultivos de interés nacional.

La ciencia ya trabaja en el desarrollo de cultivos resilientes y resistentes, capaces de adaptarse a condiciones cada vez más extremas, reduciendo el impacto por pérdidas. Incluso, ya existen desarrollos para disminuir el desperdicio de alimentos, como es la manzana Ártica, que no se pardea rápidamente. También existen desarrollos para mejorar el contenido nutricional, como el arroz dorado, que tiene alto contenido de betacarotenos, o un nuevo arroz GM con menor contenido de arsénico.

Para María Andrea Uscátegui, directora ejecutiva de la Asociación de Biotecnología Vegetal Agrícola, Agro-Bio, “es por ello que Colombia debe mantenerse dispuesta a seguir recibiendo y generando capacidades para desarrollar este tipo de innovaciones tecnológicas como los cultivos transgénicos y así asegurar que nuestros agricultores puedan producir cada vez más y mejor, sin arriesgar sus cosechas y reduciendo los impactos de la agricultura en el ambiente. Este tipo de tecnologías son clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible”.

Todos los días nos vestimos con ropa hecha de algodón –seguramente  transgénico–, que se produce en otros países además de Colombia, como China o la India. Incluso, los tapabocas que ahora son nuestra nueva realidad se hacen con esta fibra. El maíz GM también está presente en productos que hacen parte de la mesa de los colombianos.

Tras más de veinticinco años de uso seguro a escala internacional, esta tecnología está lejos de desaparecer. El panorama a futuro augura que nos acompañará por mucho tiempo más con nuevos desarrollos que podrían ayudar a resolver problemas fundamentales, mejorar las prácticas agrícolas y reducir el impacto que tiene la agricultura en el ambiente.