Revista Nacional de Agricultura
Edición 1048 – Junio 2024

Desde hace más de 30 años, Guido Mauricio López Ochoa trabaja por mostrarle a Colombia y al mundo qué significa la agricultura 100% sostenible y le abrió las puertas de su empresa familiar en el Valle del Cauca al programa de reportajes de la SAC, “La SAC en el Campo” y a la Revista Nacional de Agricultura, para hablar de su vida y del lugar donde produce caña de azúcar certificada como sostenible y orgánica.

Se trata de la empresa Alguimar-Balsora, afiliada a Procaña y destacada incluso por el Banco Interamericano de Desarrollo como un ejemplo de los esfuerzos en sostenibilidad en el sector.

Con Guido conversamos sobre cómo descubrió el camino hacia la producción sostenible y sobre la importancia de la unidad en torno a una institución gremial como Procaña para compartir y sumar a más productores del país a la senda de las buenas prácticas sostenibles.

Revista Nacional de Agricultura (R.N.A.): ¿En qué momento empezó a sembrar caña y cómo se convirtió en empresa familiar?

Guido López Ochoa (G.L.O.): Mi mamá estaba sola, viuda y con tres niños, una hermana de 20, yo de 18 y una de 13 años, entonces teníamos que terminar de estudiar; el plan era irnos a estudiar lejos, cada uno en lo que tenía que ver con el negocio de la familia, administración de empresas, economía agrícola, temas que tenían que ver con el negocio para darle continuidad. Volvimos a los 5 años al país a trabajar más que todo en la ganadería y en las pepas, pero llegó el año 91, cuando hubo la reforma, la apertura económica y los negocios de pepas ya no funcionaban. Muchos de los agricultores en el Valle del Cauca que tenían alrededor de 72.000 hectáreas dedicadas a las pepas, vendieron sus tierras y la gran mayoría se pasó a la caña de azúcar que en ese momento era el negocio más estable.

Antecito de eso, tuve un accidente automovilístico y quedé paralítico, prácticamente cuadripléjico, apenas movía un poquito los brazos, entonces pasé un año en rehabilitación cuando nos entregaron las tierras.

La reacción fue y ¿qué hacemos con eso?, dijeron mis hermanas y mi madre, “usted está en silla de ruedas, no lo puede manejar, eso hay que alquilarlo a un ingenio o hay que venderlo porque quién lo maneja”.

Este era mi sueño toda la vida, manejar las tierras de mi padre, darle continuidad y había estudiado economía agrícola en Estados Unidos entonces yo tenía que aplicar lo que había estudiado. Dijimos en ese momento “sembremos caña, ¿pero quién nos enseña sobre eso?”. Mi abuelo había estado en la caña, yo había trabajado en el Ingenio Manuelita, fue mi primer trabajo después de que me gradué de la universidad, y oímos del gremio Procaña. Fuimos entonces a tocar la puerta.

R.N.A.: ¿Cómo influyó Procaña en su visión sobre el agricultor empresario?

G.L.O.: La mentalidad en ese momento era hablar de la finca familiar, entonces dijimos: “cambiémosle el título de finca a empresa; empecemos a meter la mentalidad a la gente de que tenemos que formar es empresas agrícolas”, y cuál es la diferencia: la organización, cómo llevamos la información, cómo llevamos todos los indicadores, o qué indicadores vamos a llevar.

Aquí empezamos con Don Rodrigo, y eso nos lo había enseñado mi papá, a llevar unos costos de producción por cada lote, por cada suerte como le llamamos nosotros aquí en la caña. A cada lote le llevamos su hoja de vida, su historial, pero de todo, cuántas horas hombre en limpieza o en cualquier labor que tenía que hacer; cuántas horas máquina; cuál es el consumo de los insumos en general.

R.N.A.: Entonces, ¿cómo se dio la transición hacia el cultivo de caña con prácticas sostenibles y qué papel jugó Procaña?

G.L.O.: La agricultura convencional es a lo que estábamos acostumbrados todos: hay que fertilizar muy bien, hay que aplicar agua suficiente o toda la que se pueda porque la caña chupa mucha agua; hay que hacer las labores a tiempo y hay que llevar una hoja de vida pero utilizábamos herbicidas, fertilizantes de síntesis química, y en esa época se quemaba también la caña.

Fueron pasando los años, llevábamos muy bien las estadísticas y ahí aprendimos que no era solo llevar la información sino aprender a analizarla. Ya nos sentábamos en un comité con mi hermana, Rodrigo, un asesor que teníamos que se llama Eduardo Gutiérrez para ver cómo empezábamos a manejar una agricultura por sitio, es decir, ver qué pasa en cada lote, pues todos son diferentes en una finca.

Empezamos a aprender cómo manejábamos también los insumos o por qué en una zona se bajaba la producción y en otra subía, y ahí empezamos a aprovechar el Centro de Investigación Cenicaña. Cuando vimos que Cenicaña tenía una gran información, empezamos a interactuar con ellos, a compartir lo que estábamos haciendo nosotros y a aprender de toda la tecnología que ellos nos iban dando.

Tuve la oportunidad de que me invitaran a la junta directiva de Cenicaña, ahí duré como 25 años y uno aprendía de todos. Muchos agricultores hacían cosas que funcionaban y no las conocíamos, así que sirvió para tomar riesgos, para diseñar diferentes equipos, cambiar la fertilización granulada por la fertilización líquida, para buscar eficiencias. El primer paso fue el cambio del sistema de riego, de las velocidades del agua dependiendo del tamaño de la caña y del cultivo, a llevar  un balance hídrico. Eso bajó los costos de energía, el costo de mano de obra, el consumo de agua y así  fuimos pasando de la agricultura convencional a una agricultura sostenible, con prácticas sostenibles, aunque no sabíamos que ya estábamos haciendo eso.

R.N.A.: ¿Cómo se dio la certificación de sostenibilidad de su empresa y cómo ayudó Procaña?

G.L.O.: En el 2010 la doctora Martha Betancourt, directora de Procaña, empezó a escuchar que una empresa que se llama Bonsucro, que certificaba a la industria azucarera, venía para Colombia. Los señores llegaron, nos contaron todo su tema y doña Martha los trajo a dos fincas, entre esas vinieron acá y lo que les llamó la atención es que como uno de los principios de la sostenibilidad era llevar indicadores e información, pues yo les conté lo que teníamos lote por lote, labor por labor, insumo por insumo; teníamos una base de datos de información inmensa de todos esos años y eso fue lo que más les sorprendió.

Ese es el principio de la sostenibilidad, tener con qué analizar lo que usted hace en el campo. Cuando ellos vieron eso se entusiasmaron, pero también nos mostraron el primer estándar de producción que nosotros habíamos visto como cañicultores.

En esa misma época llegó una ONG que se llama Solidaridad, es holandesa, que tenía una guía de prácticas sostenibles que era mucho más amplia que la de Bonsucro. Es una guía que fue hecha para cuatro niveles: cuando no tengo nada de sostenibilidad y empiezo a mejorar; y cuando ya estoy en el cuarto piso que es porque ya cumplo con todo. Era una guía con la que después de dos o tres horas ya sabes qué tan cerca o lejos estás de ser sostenible, y que inmediatamente te decía en que se falla y cómo se corrige.

Cuando nosotros vimos todo esto dijimos: esto hay que adoptarlo para Colombia, para el sector de la caña, y afortunadamente el gremio, Procaña, en ese momento dijo: Bueno, arranque. Llamamos a representantes de Ingenios, representantes del Centro de Investigación, del Ministerio de Agricultura, la CVC, para mostrarles la importancia de eso.

Con Procaña trabajamos durante 5.000 horas para adaptar esto a Colombia.

R.N.A.: En ese sentido, ¿por qué es importante compartir estas buenas prácticas con otros agricultores?

G.L.O.: Cuando uno salía al campo y a relacionarse con otras personas, uno no encontraba que el vecino que había sacado una buena producción le dijera cómo. Todo el mundo se guardaba su información, nadie estaba dispuesto a compartir eso, pero en Procaña sí lo sentimos, entonces uno llegaba con ansias a comentar qué le había funcionado para que se repitiera en otros sitios, y esa generosidad de los miembros de junta fue lo que más me impulsó a mí y a mis hermanas a empezar a tomar riesgos.

Te voy a ser muy sincero, cuando empezamos a hacer cositas nuevas y yo empezaba a comentarlas, muchas veces en la familia me decían que porqué regalaba la información o que porqué no cobraba por lo que estaba aprendiendo. Pero cómo voy a cobrar por algo que es para ayudarnos entre nosotros los agricultores para aumentar la productividad, la rentabilidad del negocio, para saber cómo manejar mejor los suelos, los recursos como tal, y si yo me inventé algo pues cómo no lo voy a compartir.

R.N.A.: Además de compartir las experiencias, ¿cuál es su mensaje para sumar a más agricultores hacia ese camino por la sostenibilidad?

G.L.O.: Que están perdiendo tiempo, porque cuando uno empieza a entender el beneficio de esas prácticas, en lo económico se siente inmediatamente en la mayoría de los indicadores.

Y ¿cuándo empieza a saber uno que está haciendo una buena labor ambiental?, pues por ejemplo mire usted aquí, en esta finca, se escuchan pájaros, todos los días ven ardillas, ven animales que volvieron que ya no los habíamos vuelto a ver años atrás; empezamos a ver una parte ambiental muy buena; la gente no se volvió a enfermar porque no utiliza ningún tipo de químico; empezamos con el tiempo a bajar costos, empezamos a darnos cuenta de que después de que aprendimos a hacer las prácticas, nuestros costos estaban entre el 8 y un 10% inferiores a la agricultura convencional.

A la gente le daba temor de que eso iba a ser muy costoso y fue todo lo contrario. Cuando uno ya empieza a adaptar todo, eso te aumenta la rentabilidad del cultivo.

Mi consejo es que están demorándose demasiado en arrancar porque es algo que nos beneficia a todos.

Vea en el canal de YouTube de la Sociedad de Agricultores de Colombia la entrevista completa con Guido López en el programa ‘La SAC en el Campo’.

Parte 1: https://youtu.be/vbd2CiqVIPY

Parte 2: https://youtu.be/9Rc1ENXERU4