Revista Nacional de Agricultura
Edición 1019 – Octubre 2021
Nacido en Ibagué, este arquitecto, profesor universitario y político, ha sido senador de la República desde el 2002, donde se ha convertido en una de las voces más reconocidas. Es autor de trece libros sobre economía y asuntos sociales. Su partido: Dignidad.
Aquí pasan cosas muy graves porque no hay un proyecto país. En el Invima existe una norma: si hay duda interpretativa, se decide en favor de las transnacionales y en contra de la industria nacional. Eso no puede ser. Si nosotros no nos ponemos la camiseta de Colombia, no hay nada que hacer. Otra cosa que no puede ser son los costos de la energía eléctrica. Está el caso de Electricaribe: una persona invierte en una empresa que la venden por menos de lo que vale y le ponen un precio que implica un incremento en las tarifas de 53%, lo que quiere decir que recupera la inversión en el primer año. Aquí pasan cosas muy graves porque no hay un proyecto de país, un proyecto nacional.
Nos tenemos que sentar a pensar qué hacer con los TLC que ya tenemos. El agro nacional no era perfecto ni muchos menos en 1990, pero por lo menos la consigna era “colombiano come colombiano”, e importábamos 500 mil toneladas de productos agrícolas. Nos dijeron que íbamos a inundar el mundo con nuestros productos, pero ocurrió lo contrario: estamos importando 14 millones de toneladas, que se podrían producir aquí casi en su totalidad. Entonces, nos ha ido mal porque nos metieron a competir contra unas economías enormes que tienen unos subsidios descomunales, mientras que el costo país se mantuvo altísimo. Se habla de nuevos tratados comerciales, por ejemplo, con Asia, lo cual sería una masacre para el azúcar, la panela y la palma. Pienso que nos tenemos que sentar a pensar qué hacer con los acuerdos que ya tenemos. Yo soy defensor de la estabilidad jurídica, pero también hay que reconocer que nos está yendo mal, y que, por ejemplo, en el corto plazo la leche y el arroz pueden estar condenados a muerte. Entonces, no más tratados de libre comercio, lo que no quiere decir no a acuerdos internacionales, puesto que hay distintos tipos de ellos.
De otra parte, tenemos que concentrarnos seriamente en el costo país: tasa de interés, crédito, acceso al crédito, costo de los insumos, infraestructura, peajes, precios de los combustibles, estabilidad jurídica, cosas que hay que cambiar en beneficio del sector agropecuario. Todo esto bajo un gran concepto: que el agro y la agroindustria creen empleo, creen empleo y creen empleo. Aquí hay 12 millones de colombianos que pudiendo trabajar están desempleados. Si el problema del desempleo no lo resolvemos, no se resuelve nada.
Finalmente digo: hagamos un acuerdo entre asalariados, clase media, indígenas, campesinos y empresarios para crear más fuentes de empleo. Colombia, estrictamente hablando no es un país capitalista sino un país feudocapitalista: tenemos muchos elementos del capitalismo, pero también muchos otros que no lo son, empezando por la política en la que predominan el fraude y la trampa, de forma tal que se puede gobernar muy mal y ser reelegidos.
La fuerza, monopolio del Estado. Unos de los problemas serios del sector rural son la violencia, la descomposición social y el narcotráfico, lo cual es una característica evidente del feudocapitalismo: nuestro Estado es enclenque en todo. Nuestra violencia tiene unas causas sociales y políticas, frente a lo cual mi posición es una: monopolio del Estado sobre la fuerza. Pero hablo de una fuerza democrática, civilizada, que cumpla con la Constitución y la Ley. Una fuerza que tolere los reclamos ciudadanos.
Más IVA, no. Más impuestos indirectos, en general, no. El IVA es un impuesto regresivo. Coger a un pobre que se está muriendo de hambre y aumentarle el precio de los alimentos es inaudito. Además, mientras más plata se le saque a la gente del común, las empresas no van a tener a quien venderle. El capitalismo necesita compradores. Enfatizo: con el IVA a los alimentos se golpea el mercado interno. En general, sobre los impuestos digo que la mejor reforma tributaria sería salirnos del capitalismo de los US$6 mil y pasar a uno de US$8-10 mil, porque cualquier tasa de tributación que yo ponga no puede grabar más que el PIB que tenga el país. Entonces, nuestra falta de recursos obedece a una falta de desarrollo.
En la estructura tributaria tenemos un lío muy complicado: hay tasas de 1, 2, 5, 10, etc., por lo que el día que gane las elecciones voy a nombrar una comisión de especialistas que represente a todos los sectores de país (empresarios, academia, etc.), para que en poco tiempo me entregue un cuadrito que me diga cuántos son los impuestos reales (no nominales) que paga cada sector. Con ese cuadro, nos vamos a sentar a establecer, a partir de las necesidades nacionales, qué impuestos suben y qué impuestos bajan.
Creo que las pequeñas y medianas empresas no pueden pagar los mismos impuestos de las grandes, porque así no las vamos a estimular a crear empleo. La última reforma tributaria les sube los impuestos a las grandes, pero también a las pequeñas y medianas.
No me voy del Senado sin dar un debate. Me refiero a un asunto de trascendental importancia: se están urbanizando las mejores tierras del país. Todos deberíamos sentarnos a mirar esto. En los países capitalistas, la tierra es sagrada, pero aquí nos la están llenando de proyectos inmobiliarios, lo cual es un crimen, ya que es renunciar a cualquier posibilidad de alimentarnos. Este es un asunto que he estado revisando sitio por sitio. En los valles fértiles de California uno no encuentra nada distinto a agro.
Para algunas reformas conseguiremos mayorías en el Legislativo. Veo muy improbable que nosotros podamos tener una mayoría en el Congreso de la República. De todas formas, para algunas reformas de importancia, podremos ganar las mayorías, así no hayan votado por nosotros, porque lo que vamos a proponer son cosas sensatas, democráticas, que están en el marco de la economía de mercado, que le sirven al país. Ahora bien, hay muchas cosas que son del resorte del Ejecutivo (por la vía de las resoluciones y los decretos), y hay cosas que son interpretativas (si estamos utilizando todos los recursos de la legalidad internacional para defendernos, porque nos tienen inundados de dumping, nos están haciendo fraude en las relaciones agrícolas internacionales, frente a lo cual la Ley nos autorizaría a actuar).
Solo 6% de las vías terciarias están en buen estado. Por estos días hicimos un debate en la Comisión Quinta sobre vías terciarias. Les doy un dato: más o menos 6% de dicha red está en buen estado, y el restante 94% se encuentra entre malas y pésimas condiciones. Este es otro problema del subdesarrollo nacional, frente al cual como empresario me puedo establecer en ese 6%, y resuelvo mi problema, pero así no le resolvemos el problema al país.
El presupuesto tiene un sesgo en contra del campo. Esto significa que el aporte del presupuesto del agro es inferior al aporte de este a la economía. Pero también es bajo el presupuesto de ciencia y tecnología y de ambiente, de todo, mejor dicho. Nuestro presupuesto adolece del síndrome de la “cobija cortica” (cuando uno se tapa arriba le da frío abajo, y viceversa). El gasto público por habitante en Estados Unidos es unas diez veces el de Colombia, y el europeo es un poquito menor al estadounidense. Pero, además, el producto por habitante en esos países es igualmente unas diez veces el nuestro: US$65 mil, mientras que nosotros, antes de la pandemia del covid-19, estábamos en US$6.500. Y cuando uno mira esa pobreza del gasto público, la ve reflejada en el agro. Los subsidios agrícolas estatales en Colombia valen unos US$3.000 mil al año, mientras que los de Estados Unidos llegan a US$50.000 millones, los de Europa a US$80.000 millones, y los de China a US$180.000 millones. Entonces, tenemos un producto por habitante de US$6.500, mientras que esos países tienen poco desempleo, y nosotros mucho; ellos, poca informalidad y nosotros mucha; ellos son desarrollados en ciencia y tecnología, y nosotros estamos en medio del subdesarrollo. Finalmente, tenemos dos capitalismos completamente diferentes. No nos digamos mentiras, nosotros somos una curiosidad antropológica: caminamos cien cuadras y estamos en África.