Revista Nacional de Agricultura
Edición 1016 – Julio 2021

Augusto Solano Mejía, presidente de Asocolflores, habla, entre otras cosas, de las lecciones y los desafíos que el covid-19 le ha planteado a esta industria. 

Uno de los grandes desafíos que está encarando hoy la floricultura colombiana es conseguir que el mayor consumo de flores que desencadenó la pandemia del coronavirus en mercados de élite, se convierta en hábito.

Revista Nacional de Agricultura: Empecemos por el premio. Usted recibió recientemente en Miami un importante galardón como reconocimiento por su gestión frente a Asocolflores: el Leland T. Kintzele LTK Distinguished Service Awa.

¿En lo personal, qué significa este premio, y qué representa para la industria colombiana de las flores?

Augusto Solano Mejía: En lo personal, es muy estimulante y, ante todo, una sorpresa, pues este es un premio cuyo ganador no se anuncia previamente, aparte de que no se otorga a extranjeros. Pero, excepcionalmente, solo dos colombianos lo hemos recibido (el otro galardonado fue José María de La Torre, en el 2002). De manera que es muy satisfactorio saber que el trabajo que se está haciendo no solamente tiene impacto en Colombia, sino en nuestro principal mercado, que es Estados Unidos. El premio lo recibí ante quinientos floricultores de ese país, durante la primera reunión floral que se hace desde el 2019.

Es también un reconocimiento a Asocolflores, que hace un trabajo muy intenso en el exterior. De hecho, nuestra actividad, en ciertos momentos, se hace más afuera que aquí en el país, debido a que 95% de la producción de flores es de exportación. 

R.N.A.: Al final, el LTK es un reconocimiento, a los esfuerzos en sostenibilidad, en las cuales la floricultura colombiana es un espejo para otras industrias del sector agropecuario, y el sello Flor Verde es una de las cosas que tiene para mostrar.

A.S.M.: Asocolflores y el sector floricultor realmente se anticiparon en la búsqueda de la certificación Flor Verde (que cumple veinticinco años), como lo hemos hecho en otras cosas. Este sello ha evolucionado, de unas buenas prácticas, a una certificación que se llama Florverde Sustainable Flowers (SFF), la cual tiene los mayores estándares. Flor Verde es la segunda certificación para flores en el mundo, que fue creada un año después de que naciera el MPS, que es un sello holandés.

Esto es parte de la visión que han tenido los líderes en Asocolflores, que a tiempo detectaron la sensibilidad de los consumidores extranjeros frente a los temas sociales y ambientales. Por esa misma época, Asocolflores se vinculó como fundadora al Consejo Empresarial Colombiano para el Desarrollo Sostenible, Cecodes.

De manera que hoy en día, cerca de 40% de la producción colombiana de flores de exportación van con dicho sello al exterior. Pero no como un asunto meramente comercial, sino como una garantía de responsabilidad social y ambiental, algo que ayuda mucho a la gerencia eficiente del negocio. Entonces, es una cultura empresarial que da muchos réditos también en lo económico y en la eficiencia de las empresas.

R.N.A.: ¿Estamos muy lejos de ver la totalidad de las flores colombianas con el sello Flor Verde?

A.S.M.: Estamos tratando de avanzar en ese sentido, con la meta de conseguir la certificación para 90% de las flores en el 2025, apoyándonos en una organización de origen holandés que se llama Floriculture Sustainability Initiative, FSI, de la cual soy miembro de la junta directiva, en representación de productores del Hemisferio Sur (Kenia, Etiopía, Ecuador y Colombia). En esta organización, me corresponde velar porque se tengan en cuenta las condiciones particulares de la producción de dichos países, y se respeten y valoren nuestros esfuerzos en sostenibilidad y las certificaciones que hemos desarrollado. Además, coadyuvo a que se vendan flores certificadas en el mundo.

R.N.A.: ¿Qué es lo más difícil para conseguir el sello?

A.S.M.: Es exigente en inversiones para la atención de los trabajadores, en baterías  sanitarias, en zonas de alimentación, etc. Es sumamente integral, puesto que incluye tanto lo social como lo ambiental. Lo más difícil quizá es lograr el compromiso por parte de la cabeza de la organización, ya que este tipo de certificaciones no funcionan como un programa adicional, sino que tienen que convertirse en una cultura de la empresa. Esta certificación no es una cosa que se compra, sino que es el reconocimiento a una cultura.

R.N.A.: ¿Hay algún tipo de estímulo estatal para la obtención de esta certificación?

A.S.M.: No. Es una lástima que no haya un incentivo, ya que cosas como esta no solo ofrecen ventajas para las empresas, sino que benefician el entorno y las comunidades donde están establecidas las empresas. En materia de crédito, es posible que se pueda acceder a alguna línea que tenga cierta relación, pero no es que haya una específica para estas cosas. 

Lo importante de este programa es que tiene un sistema de indicadores, un sistema de seguimiento. Así, Flor Verde les proporciona a las empresas certificadas o en vías de certificarse, la posibilidad de compararse entre ellas, de manera anónima, para mejorar su desempeño.

R.N.A.: Yo soy exportador de rosas, pero no tengo el sello, mientras que Usted sí. ¿Qué hace la diferencia?

A.S.M.: Hay unos supermercados o compradores, más que todo en Europa, que buscan una garantía de este estilo, pero no pagan un precio adicional. Realmente, el mercado todavía no reconoce el esfuerzo que significa obtener una certificación.

R.N.A.: Hablando de otras cosas, ¿qué lecciones le ha dejado la pandemia del covid-19 a una industria como la de las flores, que es netamente exportadora?

A.S.M.: La primera lección es que es posible salvar los obstáculos cuando se está unido en un gremio. La segunda, es la importancia de priorizar la salud del recurso humano, como lo hemos venido haciendo, lo cual nos ha permitido seguir trabajando. Otra cosa que la pandemia le ha dejado al sector, es que le mostró al consumidor los beneficios de las flores. Como en todo el mundo la gente se tuvo que encerrar en sus casas, las flores se convirtieron en compañía, en fuente de energía, de tranquilidad. Así, el consumo de flores se incrementó de manera significativa en la mayoría de nuestros mercados,  especialmente en Estados Unidos, después de los meses críticos (marzo-mayo del año pasado).

R.N.A.: ¿Hoy por hoy, cuáles son los tres más grandes desafíos que tiene la industria de las flores?

A.S.M.: El primer desafío tiene que ver con el transporte aéreo, al cual la pandemia le trajo un cambio estructural: ha aumentado la demanda y disminuido la oferta, en vista de que buena parte de la carga se movía en aviones de pasajeros, los cuales han reducido mucho su operación. Una mitad de las flores se transportaba en aviones de carga, y la otra en la “barriga” de los aviones de pasajeros. Pero ahora todo se ha concentrado en las aeronaves de carga, y es muy probable que los vuelos de pasajeros no vuelvan a ser lo mismo de antes. En particular, creo que los viajes de negocios se van a reducir mucho, porque el covid-19 obligó a las empresas a recurrir a la virtualidad, con una economía en los gastos de viaje. Seguramente, el retorno a la normalidad va a tomar varios años.

El segundo reto importante para nosotros es lograr que el consumo de flores que desencadenó la pandemia en los principales mercados de alto poder adquisitivo, se convierta en hábito.

Y el tercer desafío, de siempre, para poder sobrevivir: mejorar la productividad, no solo frente a una legislación laboral cada vez más onerosa y compleja, sino frente a la competencia de países como Kenia y Etiopía, que tienen costos laborales bastante más bajos. En Kenia se pagan US$3 el día, y en Etiopía hasta un dólar.

Además, aquí, donde más de 50% de los costos son laborales, hay unas cargas improductivas que tampoco las arregla el gobierno, como la estabilidad laboral reforzada, que impide despedir a trabajadores que no pueden cumplir sus funciones, y hay que tenerlos así sea sentados en una banca. Pero aquí debo decir que en este negocio no se trata solo de vender más barato: hay que convencer a la gente de que consuma flores. Al final, la competencia de nosotros no es Ecuador, Holanda, Kenia, etc., sino otros productos, como los chocolates, los perfumes y los licores (en un momento dado), entre otros. Frente a esto, nos hace falta mucha más promoción en el exterior, algo que no solo tiene que ver con las flores colombianas, sino con las flores en general.

Así las cosas, en Estados Unidos seguimos trabajando a ver si montamos una especie de parafiscal –que allá lo tienen el aguacate y el mango, entre otros productos–, a través del cual una parte del valor de las exportaciones se invierte en la promoción del consumo. 

R.N.A.: ¿Los jóvenes están comprando flores?

A.S.M.: Sí. Y como somos conscientes de que los jóvenes van a ser los grandes consumidores del futuro, financiamos un par de estudios al respecto: Hábitos de compra de las nuevas generaciones, y Tácticas de venta de flores para la nueva generación. Como los jóvenes tienen algunos instrumentos distintos, las ventas por internet han subido de manera importante. En Inglaterra, por ejemplo, se quintuplicaron, mientras que en Estados Unidos vienen creciendo muy rápido. Pero los jóvenes no solo compran flores, sino que de pronto son más sensibles a los asuntos ambientales y sociales que los demás consumidores.

R.N.A.: La industria de las flores está inmersa en la Agenda 2020-2030. Según Usted, esta iniciativa busca que la floricultura se consolide como la primera en el mundo en calidad, en nuevas especies y en el gran beneficio social. Una apuesta realmente ambiciosa.

A.S.M.: Así es porque la herramienta de promoción de las flores es la calidad. Las flores colombianas son de muy buena calidad, pero esto hay que asegurarlo y mejorarlo. La calidad ha permitido que Colombia sea el principal proveedor de flores en Estados Unidos, el segundo exportador del mundo y poder llegar a mercados tan lejanos y exigentes como Japón, Australia y Rusia. Unos de los factores fundamentales de la calidad, aparte de lo que ocurre en el cultivo, son el transporte (que exige mantener la cadena de frío a 4° centígrados), y la excelencia fitosanitaria.

Por eso digo que este negocio es 50% agricultura y 50% logística. Llegar a esos mercados lejanos, a donde no hay vuelos directos, es una proeza.

R.N.A.: ¿Cuánto dura un viaje entre Buenaventura y Tokio

A.S.M.: Unos veinte días, en contenedores refrigerados. A Inglaterra el viaje dura catorce días, y a Estados Unidos, dependiendo del destino, siete. A donde sí no alcanzamos a llegar, porque la flor no aguanta la travesía en barco, es a China, que toma unos veintiséis días. Pero además, las rutas aéreas a ese país también son muy complejas.

R.N.A.: ¿Pero a través del trabajo genético se podría llegar a conferirle una vida más larga a las flores en ambientes refrigerados?

A.S.M.: Podría ser. Nosotros solo trabajamos con dos tipos de flores genéticamente modificadas: el clavel azul y la rosa azul, que son propiedad de una compañía japonesa. Los demás materiales son fruto de la hibridación, a través de la cual también se consigue prolongar la vida de las flores, con nuevas variedades. En esta industria todos los años salen nuevas variedades, y nosotros manejamos continuamente como unas 1.400, entendiendo que hay 50-60 especies, como la rosa, el clavel, etc.

La principal fortaleza de Colombia es, justamente, tener muchas especies, lo que nos ha permitido estar en el negocio de los bouquets o ramos. Aquí podemos hacer cualquier tipo de bouquet que nos pidan supermercados de Estados Unidos, aunque no de Europa porque el viaje es muy largo. Esta ventaja la tenemos sobre Ecuador, Kenia y Etiopía, países que mayormente producen rosas.

R.N.A.: ¿Aparte de la calidad, cuáles son otros componentes centrales de la Agenda 2020-2030?     

A.S.M.: Solucionar asuntos normativos y legislativos, que no aportan y que son un estorbo o una carga para la industria, entre ellos algunos laborales. También está el control biológico, algo que es de beneficio para toda la agricultura, pero que aquí prácticamente no existe porque no se producen los insectos benéficos o es muy complicada su importación.

R.N.A.: En la Agenda 2020-2030 está el Plan Vallejo. ¿Qué tanto usa la floricultura este instrumento?     

A.S.M.: Se utiliza mucho para traer algunos insumos. Inclusive, hay algunos momentos en que debemos traer algunas flores de Ecuador o de Costa Rica para elaborar los bouquets y así cumplir compromisos en el exterior. También hay Plan Vallejo para bienes de capital. Como todo lo nuestro se exporta, pues somos unos candidatos muy sólidos para dicho instrumento.

R.N.A.: También está planteado que Asocolflores se convierta en una Entidad Prestadora del Servicio de Extensión Agropecuaria (Epsea). ¿Cuáles son los alcances de esta iniciativa?

A.S.M.: No es mucho lo que pensamos que se pueda hacer en este frente para los afiliados, salvo en el control fitosanitario, que es un asunto del interés de todos. La idea de la Epsea tiene que ver con los pequeños floricultores, que trabajan para el mercado nacional. Tenemos los de la Dirección Nacional de Pequeños Productores, que está en Neiva, a quienes les estamos brindando todo el apoyo, para que tengan un mejor desempeño en la producción de follajes y flores tropicales. Lo mismo, a ciento veinte campesinos del Cauca. Aquí debo decir que se observa un gran interés por parte de pequeños campesinos de entrar al negocio de las flores.

R.N.A.: ¿Cómo se ha comportado el mercado nacional de las flores en los últimos años?

A.S.M.: Aún es muy pequeño (5% de la producción), por diferentes razones, entre las cuales aparecen la falta de cultura y el bajo poder adquisitivo. Pero también le cuento que la pandemia ha impactado de manera positiva las ventas, especialmente en fechas como el Día de la Madre, gracias a que hicimos algunas actividades encaminadas a mostrar los beneficios de las flores. Ante la separación y el encierro que han sufrido las personas, las flores se convirtieron en la mejor manera de demostrar los sentimientos.

R.N.A.: ¿Cuál es la participación de la inversión extranjera en la floricultura nacional? 

A.S.M.: Aquí estuvo la multinacional Dole, de banano y vegetales, pero se retiraron porque no les fue muy bien. Actualmente, la presencia de capitales extranjeros es muy baja, diría que 10%, que se da a través de accionistas. Y creo que no aumentará en los próximos años, ya que no es fácil entrar al negocio.

R.N.A.: Finalmente, el sector de la floricultura se ha destacado por la presencia de la mujer en su planta de personal…

A.S.M.: Si. La mujer es un factor fundamental que ha acompañado a la floricultura, industria que nació hace cincuenta y seis años, e hizo sus primeras exportaciones en 1975. En efecto, las flores le brindaron a la mujer del campo una oportunidad que no tenía, ya que los trabajos agrícolas son muy exigentes. De manera que hoy, 60-75% del personal son mujeres, muchas de ellas, cabeza de familia.

Las mujeres encontraron en la floricultura una manera de sustento y de sacar adelante sus familias. Al principio, esto fue causa de muchas dificultades y violencia intrafamiliar, porque el hombre era el que manejaba la plata de la casa (no siempre bien). Ahora es la mujer la que maneja el principal ingreso. Por eso creamos el Programa Cultivemos la Paz en Familia, a través del cual se busca ayudar a resolver conflictos familiares. La idea es empoderar a las mujeres. Somos parte de Pacto de Género de la Vicepresidencia de la República, y con la SAC también hemos venido trabajando en esta materia. También estuvimos en Nairobi, dictando una charla sobre nuestro trabajo con las mujeres.