Revista Nacional de Agricultura
Edición 1029 – Septiembre 2022
En el sector agropecuario están encendidas las alarmas. Y no es para menos: a la Comisión Primera de la Cámara de Representantes ha llegado un proyecto de acto legislativo a través del cual se pretende modificar el Artículo 81 de la Constitución, uno de cuyos efectos sería prohibir el uso de semillas de materiales genéticamente modificados (GM), concretamente de maíz, soya, algodón y flores azules (rosa, clavel, crisantemo), que son las únicas que circulan en el país. Su autoría es de Carlos Lozada Vargas, representante por Bogotá.
La iniciativa ha despertado preocupación porque, como lo dijera Leonardo Ariza Ramírez, gerente general Acosemillas, durante la audiencia que se llevó a cabo en la citada Comisión, el 1° de septiembre, “se pretende limitar el derecho de los agricultores a elegir qué semillas desean sembrar, bajo la equivocada consideración de que las semillas GM van en contra de otros sistemas productivos y de la biodiversidad”. Lo que, además, entraña un contrasentido, argumentó, porque la misma Carta, en su Artículo 65, dice que “la producción de alimentos goza de la especial protección del Estado y este promoverá la investigación y la transferencia de tecnología para la producción de alimentos y materias primas de origen agropecuario, con el propósito de incrementar la productividad”.
El mensaje de Acosemillas es que debe haber una coexistencia entre los diferentes modelos tecnológicos de producción, desde el autoconsumo y la economía familiar campesina e indígena hasta llegar a modelos agroempresariales de mediana y gran escala. Esto significa garantizar el derecho que tienen todos los agricultores a cultivar bajo el sistema que se ajuste a sus condiciones económicas y sociales –siempre velando por la conservación del medio ambiente–, y así fortalecer la seguridad alimentaria y la sustitución de importaciones de productos agropecuarios, sin afectar la tradición, la innovación, la cultura de los diferentes actores del sector rural.
Y aunque el proyecto de acto legislativo habla de excepciones a la prohibición del ingreso, producción, comercialización y exportación de semillas genéticamente modificadas (las que “se requieran para combatir la inseguridad alimentaria”), la industria de semillas y los agricultores, temen que los estudios que requerirían dichos materiales para poder ser liberados en el país, adicionales a los que ya se practican y difíciles de cumplir, terminarán por convertirse en un gran obstáculo para el uso se esta tecnología. Se trata de estudios de “bioseguridad, de riesgos ambientales, de riesgos socioeconómicos y de salud y requerirá una generación de conocimiento científico previo que tenga en cuenta las posibles afectaciones a prácticas ancestrales, así como a las semillas nativas y al suelo cultivable”, reza la iniciativa.
El algodón, por su parte, quedaría en peor de los mundos, pues el no poder utilizar semillas GM significaría su desaparición de la agricultura colombiana. Recordemos que actualmente, 90% del algodón que se cultiva en Colombia emplea dichos materiales.
En la citada audiencia estuvieron presentes también la ministra de Agricultura, Cecilia López, el ICA, Agrosavia, el Invima, la SAC, Conalgodón y representantes de la academia, entre otros. Uno de estos últimos era el exrector de la Universidad Nacional, Moisés Wasserman, quien, refiriéndose a los cultivos genéticamente modificados, se pronunció el 9 de septiembre en su columna de El Tiempo, que tituló Prohibir el futuro, en uno de cuyos apartes se lee:
“Algo que debe ser tenido en cuenta son las múltiples promesas hacia el futuro de esta tecnología. Pronto tendremos cultivos que capturen el nitrógeno del aire en lugar de fertilizantes, otros, que fijen el CO2 de forma incrementada, con lo que, además de aumentar la productividad, disminuirán las emisiones de gases de invernadero. Van a surgir cultivos adaptados a sequías, productos agrícolas con valor aumentado; en fin, lo que uno pueda imaginar. La prohibición de eso sería una infinita torpeza. Estaríamos prohibiendo, constitucionalmente, el futuro”.
Imposible competir sin semillas GM
Para Leonardo Ariza, gerente general de Acosemillas, sin semillas GM la agricultura colombiana perdería la posibilidad de ser competitivos en un mercado global.
Revista Nacional de Agricultura: En términos económicos, ¿cuál sería la afectación que percibiría la economía agrícola, de aprobarse la citada iniciativa?
Leonardo Ariza: En el caso del algodón, llevaría prácticamente a la extinción del cultivo, puesto que 90% de las siembras se hacen con este tipo de semillas. El impacto no solo lo recibiría el cultivador, sino las regiones de productoras. En Colombia, la ganancia acumulativa del 2009 al 2018 fue de US$9.55 millones con la tecnología de tolerancia a herbicidas, mientras que, con la tecnología de resistencia a insectos, fue de US$178.6 millones.
Con relación al maíz, no solo se incrementarían los costos de producción por mayor número de aplicaciones de agroquímicos para el control de plagas y malezas que habría que hacer con los materiales convencionales, sino que se aumentarían las pérdidas ocasionadas por ataques de insectos y competencia de malezas, con el consecuente daño al medio ambiente. Adicionalmente, se elevaría el costo de los concentrados para animales, habida cuenta de que estos tendrían que ser importados en su totalidad, lo que al final, implicaría un encarecimiento del pollo, el huevo y el cerdo, principalmente.
R.N.A.: ¿Con números, como se ilustraría el perjuicio para los cultivadores de maíz?
L.A.: Según cifras reconocidas, en los quince años de la introducción del maíz y el algodón transgénico en el país, se han sembrado cerca de 1.07 millones de hectáreas, para unas ganancias cercanas a US$301 millones. Por cada dólar extra invertido en estas semillas, en relación con las convencionales, el productor de maíz genéticamente modificado ha obtenido un ingreso adicional de US$5.25. En Colombia, el rendimiento de un maíz tradicional se aproxima a 2 toneladas por hectárea, y el del maíz tecnificado es de 5.27, mientras que con maíz transgénico se han obtenido hasta 10. En conclusión, no contar con semillas con biotecnología implicaría para los productores perder posibilidad de ser competitivos en un mercado global, ya que se incrementarían los costos de producción por mayores aplicaciones de agroquímicos para el control de plagas y malezas, y más pérdidas por ataques de insectos y competencia de malezas.
R.N.A.: El gobierno dice que Colombia debe depender menos de las importaciones de alimentos y buscar espacios en los mercados externos. ¿Cómo hacerlo si a la agricultura del maíz y la soya se le niegan un recurso tecnológico utilizado en todos los países avanzados, como son los materiales genéticamente modificadas?
L.A.: Debemos recordar que para lograr el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030, es necesario recurrir a acciones y tecnologías que permitan enfrentar la pobreza, la desigualdad, el cambio climático, la degradación ambiental, la prosperidad, la paz y la justicia. Y es en esto en lo que Colombia tiene el reto de posicionarse como referente en la adopción de tecnologías innovadoras para aprovechar el potencial agrícola del país y convertirnos en despensa de alimentos y materias primas de calidad. Entonces, las semillas genéticamente modificadas, que incorporan la biotecnología de resistencia a insectos y tolerancia a herbicidas, son herramienta clave para el logro de esos propósitos.
Agrobio: No podemos darle ventajas a la competencia
Brasil, Estados Unidos y Argentina serían los primeros beneficiados si se llegare a prohibir el uso se semillas GM, asegura la directora de Agro-Bio.
Revista Nacional de Agricultura: ¿De qué magnitud es el daño que recibiría la agricultura del maíz, el algodón y la soya, de aprobarse la propuesta de acto legislativo?
María Andrea Uscátegui: Los cultivadores colombianos y sus familias serían los principales afectados, pues verían limitado su acceso a unas semillas que les permiten obtener cosechas rentables y mejorar sus ingresos y calidad de vida. Es decir, perderían acceso a tecnologías que les pueden ayudar a enfrentar retos climáticos, ataque de plagas y enfermedades, y obtener mejores alimentos y fibras, entre otros. Seguirían ganando los agricultores de países como Brasil, Estados Unidos o Argentina, desde donde importamos el maíz y el algodón, porque continuarán usando estas semillas.
Las semillas GM permiten la obtención de 30% más de rendimiento en algodón, y de 17% más en maíz. Sin estos insumos, los consumidores tendríamos menos disponibilidad de productos nacionales, y el país tendría que importar más para abastecer las industrias de alimentos, de concentrados para animales y textil. El país perdería productividad y competitividad.
El gobierno pretende convertir al país en una despensa agrícola, pero es una realidad que con las solas semillas convencionales o nativas no se podrá alcanzar este objetivo.
R.N.A.: ¿Cuál es el aporte de las semillas GM de maíz y algodón a la producción nacional?
M.A.U.: Por ejemplo, aunque 42% del área total de maíz en Colombia se siembra de manera tradicional, solo aporta 19% de la producción. En cambio, el maíz tecnificado, que representa 58% de las siembras, que en su mayoría se hacen con maíz transgénico, contribuye con 81% de la cosecha nacional. En el caso del algodón sería realmente devastador, si tenemos en cuenta que los materiales genéticamente modificados han permitido reactivar el cultivo, y que hoy, 99% del algodón que produce corresponde a esta tecnología.
R.N.A.: ¿Desde cuándo se usan en Colombia semillas de materiales genéticamente modificados?
M.A.U.: El primer cultivo genéticamente modificado aprobado en Colombia fue el clavel azul, en el 2000; después, vinieron el algodón (2003), y el maíz (2007). Desde su adopción, los cultivos transgénicos han agregado más de 630 mil toneladas de maíz y fibra de algodón a la producción, sin necesidad de destinar más tierras para ello.
R.N.A.: ¿Qué proporción de productores que usan semillas son pequeños y medianos?
M.A.U.: La mayoría de agricultores que escogen semilla genéticamente modificada para sus cultivos son pequeños y medianos, por eso somos enfáticos en afirmar que la economía campesina se verá muy afectada. Según cifras del ICA, en el 2021, 20% de agricultores de algodón GM sembraron menos de 2 hectáreas, otro 20% sembró de 2 a 5, y 34% entre 5 y 20. En el caso del maíz GM, tenemos que 14% de los agricultores sembraron menos de 2 hectáreas, 13% de 2 a 5, y 31% entre 5 y 20.
R.N.A.: ¿Cómo ha evolucionado la demanda de este tipo de materiales en Colombia?
M.A.U.: Lo que muestran las cifras a través de los años es un incremento en la adopción de estas semillas. El maíz GM, por ejemplo, se empezó a sembrar en el país en el 2007, con 6.900 hectáreas, y ya en el 2021 iba en 142 mil. En el caso del algodón, cuyo cultivo se ha visto desincentivado por problemas de mercado, de todas formas, ha pasado de unas 4.800 hectáreas en el 2020 a 7.646 en el 2021.
No es aceptable cerrarle la puerta a una tecnología que hoy aporta justamente lo que busca el nuevo gobierno: fortalecer el sector agrícola, aumentar la productividad y brindarles mejoras herramientas a los campesinos. Además, sería privar al país de una de las tecnologías con mayor potencial para desarrollar cultivos más resistentes para que la agricultura nacional pueda enfrentar los desafíos del presente y del futuro.
Otras voces
Que los agricultores elijan las semillas que quieren usar. Restringirles a los productores el acceso a semillas genéticamente modificadas, terminaría por negarles la posibilidad de ser más competitivos, de conseguir una mayor productividad, de ser más resilientes frente al cambio climático y de contribuir al deseo del presidente de la República y de sus ministros, de fortalecer la producción de alimentos en Colombia. En el país, deben coexistir las semillas nativas y las mejoradas, por lo que se le debe permitir al agricultor sembrar las semillas que más le convengan. JORGE ENRIQUE BEDOYA, PRESIDENTE DE LA SAC.
Sin semillas GM no habrá algodón en Colombia. Hoy, el algodón tiene futuro como cultivo competitivo y rentable, gracias a las semillas transgénicas. Hemos aumentado la productividad de 550 kilogramos de fibra por hectárea, en promedio, a 1.000, y reducir los costos de producción de 140 centavos de dólar la libra a 75, lo que les asegura rentabilidad a los agricultores, sin necesidad de subsidios cómo se dieron en el pasado. De aprobarse el proyecto de acto legislativo se acabaría con el futuro del algodón en Colombia. CÉSAR PARDO, PRESIDENTE EJECUTIVO DE CONALGODÓN
Grandes economías. Los agricultores también debemos volvernos ecologistas, y eso lo hemos logrado reduciendo la cantidad de insecticidas en nuestros cultivos, con el consecuente ahorro de agua. Hace muchos años, en un cultivo de maíz se hacían ocho aplicaciones de agroquímicos, y en uno de algodón, entre quince y veinte. Pero hoy, con las semillas transgénicas eso se redujo 60%. DIEGO FERNANDO TANAKA, PRODUCTOR DEL VALLE DEL CAUCA
Se avecina Congreso Nacional de Semillas
Organizado por Acosemillas, el Congreso Nacional de Semillas 2022 tendrá lugar los días 2 y 4 de noviembre (Universidad Nacional de Colombia, sede Palmira), bajo el lema “Un reencuentro con la vida por una producción de calidad”. El evento hará énfasis en la importancia y los beneficios de incluir la calidad en todos los procesos, como pilar fundamental de la productividad y la competitividad.
El congreso será un espacio de difusión y encuentro, en el que más de trescientos asistentes nacionales e internacionales, de la academia, la investigación, la producción, la comercialización, la transformación y el consumidor final, encontrarán jornadas académicas, salidas a campo, exposición de pósteres y muestra comercial.
Se destaca una visita al banco de germoplasma más importante del continente: Semillas del Futuro, del Centro Internacional de Agricultura Tropical, Ciat, para conocer una de las mayores colecciones de semilla de fríjol, yuca y forrajes tropicales del mundo.