Revista Nacional de Agricultura
Edición 1008 – Octubre 2020

Pese a las dificultades que enfrenta, esta actividad tiene un amplio horizonte y puede desarrollarse a partir de las exportaciones, con esfuerzos individuales, ante la ausencia de una organización que la represente.

Por la evidente presencia de huevos de codorniz en las grandes superficies, minimercados y hasta en tiendas de barrio de capitales como Bogotá, Medellín y Cali, para citar solo tres, uno podría decir que la coturnicultura colombiana es una industria en proceso de consolidación. Pero no hay tal, si eso se mide por el consumo per cápita de huevo, el indicador más importante de industrias de esta naturaleza.

En realidad, se trata de una actividad que ha sido muy golpeada en distintos momentos de su existencia por problemas coyunturales y estructurales. Entre los primeros se mencionan un episodio de aflatoxicosis (que casi la acaba, según algunos), la insuficiente oferta genética y el cierre del mercado venezolano, mientras que entre las dificultades de tipo estructural aparecen la falta de planificación, el “paracaidismo”, la informalidad y el desconocimiento del producto por parte de la gente.

Pero sobre todo, ha padecido de falta de conciencia gremial, lo que ha impedido en buena medida que la coturnicultura –que vio luz en Colombia en los años sesenta–, entre al radar del Ministerio de Agricultura, el ICA, Finagro, Fenavi y la banca, con todo lo que ello significa. En efecto, ninguno de los varios intentos que han hecho los productores por asociarse ha cuajado, lo que quiere decir que dichas instituciones no tienen un interlocutor con quien sentarse a buscarles fórmulas de solución a los problemas vitales para la industria y ver la manera de aprovechar todo su potencial para generar riqueza y empleo.

No obstante lo dicho, la cría de codornices lo que tiene es horizonte para crecer y modernizarse. Primero, por el subconsumo de huevo (27 unidades per cápita, para el Ministerio de Agricultura, y 12 para otras fuentes, contra 303 de gallina); las comparativamente bajas inversiones que demanda (alternativa para jóvenes y mujeres cabeza de familia); posibilidades de agregarle valor y oportunidades en los mercados externos.

En Colombia, según el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, existen unas 1.500 granjas que producen al año más de 1.277 millones de huevos.

Para conocer detalles de esta industria y su futuro, buscamos a un gran conocedor de la misma: Humberto Romero Quijano, propietario de Coturnícola Colombiana, la empresa más importante del país en su género, cuyas líneas de negocio son la incubación, cría, levante, producción de huevo fértil y de huevo para consumo (fresco, en conserva, en escabeche, a las finas hierbas, picantes), así como la venta de codornaza para abono de cultivos y ceba de peces, cerdos y vacunos. A estas se sumará en un futuro cercano la línea de cárnicos (choricitos y carne para hamburguesas, en principio), productos estos que fueron desarrollados, gracias al patrocinio que recibió de Colciencias, en desarrollo de una convocatoria en la que participó. Para hacer realidad el área de cárnicos, la empresa deberá construir su planta de beneficio, que sería la primera del país.

Pero, además, esta compañía tolimense con sede en Ibagué, presta asistencia técnica, financiera, de mercadeo, distribución y venta del huevo en todo el país, y es la única del sector agropecuario que ofrece franquicias.

Al referirse al pasado cercano, dice que esta industria ha sido golpeada por varios factores, entre ellos el cierre de las trochas con Venezuela en el 2018, lo que llevó a un inesperado represamiento del huevo en el país, con la quiebra de mucho productor. En el 2019, el temor que esto produjo afectó negativamente las decisiones de encasetamiento de los que quedaron, y el 2020 se apareció con el covid-19, que les abrió otro gran hueco. “Pero con todo eso, hay gente dispuesta a entrar al negocio, especialmente jóvenes, entre otras razones, porque la inversión no constituye la principal barrera de acceso, asegura.

Por ese interés y porque la meta cercana es exportar, Coturnícola Colombiana está desarrollando, desde el 2019, el trabajo de franquicias, través del cual busca conseguir huevo suficiente para poder adquirir compromisos en el extranjero. “Mire, un solo cliente en Japón nos pide 17.200 latas de 55 huevos cada una, cada tres meses, volumen que significaría que la empresa encasetara 20 mil codornices”.

Se trata de dos tipos de franquicias: las grandes y las microfranquicias. En las grandes (10 mil aves), el interesado, que puede tener experiencia o no en el negocio, hace una inversión de $90 millones, y la empresa le compra toda la producción, aparte de que lo asesora desde el comienzo del proyecto. A la fecha, ya hay dos franquiciados, uno en Santa Rosa de Viterbo y otro en Moniquirá (Boyacá). Esta iniciativa arrancó a raíz del programa de franquicias que patrocinaron el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, y Propaís, en el cual participó Coturnícola Colombiana. 

Por su parte, las microfranquicias (1.500 aves) fueron diseñadas por esta empresa para el programa Sacúdete, estrategia del gobierno nacional que busca hacer de los jóvenes, protagonistas del desarrollo productivo, el cual cuenta con el apoyo técnico del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. En la actualidad, hay siete franquiciados: uno en Orito y otro en La Hormiga (Putumayo), cuatro en Guamal y uno en Castilla La Nueva (Meta), y próximamente habrá uno en Puerto Wilches, Santander.

En este modelo, el franquiciado pone el galpón y $1.2 millones, y Sacúdete aporta $10 millones. “Por lo bajo de la inversión, las microfranquicias han sido una gran ayuda para los beneficiados, a quienes asesoramos para el montaje del entablado y la comercialización del huevo”, cuenta Humberto Quijano.

Volviendo al tema del comercio exterior, este empresario comenta que aunque está  preparado para atender compromisos fuera del país, la pandemia ha alterado los planes. Está listo porque en el 2018 Coturnícola Colombiana fue escogida por el Programa Mipyme Internacional, de Procolombia, que busca ayudarles a empresas con productos de demanda internacional a crear el área de comercio exterior para que empiecen a exportar. Además, porque en noviembre participará en la Macrorrueda 2020 de las Américas, que también organiza Procolombia, a la que llegará con treinta citas de potenciales compradores.

Canadá, Estados Unidos, América Central, Argentina, Chile, Ecuador y Perú, se mencionan como los mercados más interesantes para los huevos de codorniz (en conserva). En Europa, dice Humberto Romero, no hay mayores opciones por la existencia de una industria muy desarrollada, mientras que en América Latina, Brasil  es el único país con una coturnicultura más o menos avanzada.

Según este empresario, en Colombia un coturnicultor grande es aquel que tiene más de 60 mil aves, y de esos no hay más de diez (en España, hay productores con un millón). Aquí, la inmensa mayoría de granjas cuentan con 5-10 mil aves, y están principalmente localizadas cerca a Bogotá, Medellín y Cali.

Ahora bien, pese a las dificultades que enfrenta el negocio hay gente interesada en entrar, entre otras razones, porque la inversión no es alta y se recupera rápidamente. Un galpón con sus jaulas vale $4 mil por ave; si hablamos de 2 mil aves, la inversión se amortiza en 8-9 meses; ahora, si quiere tecnificar cuesta $12 mil por ave. El asunto es que esta actividad debe ser realizada con toda seriedad y bajo estrictos parámetros técnicos, para evitar fracasos, los cuales casi siempre se vuelven en contra de la industria porque al que le va mal por lo general termina haciéndole mala propaganda. Por eso a los nuevos yo siempre les recomiendo que hagan caso a las indicaciones de los expertos, que no experimenten”, afirma.

Justamente, para evitarles fracasos a los nuevos inversionistas es que Coturnícola Colombiana les presta una asistencia integral a sus clientes. Esto quiere decir que incluso no necesitan saber de cotornicultura porque la empresa se encarga de capacitar al personal que va a manejar el galpón y les entrega unas recomendaciones para el manejo financiero, las ventas y todo lo que es propio de la actividad. Gracias a esto y a que hay inversionistas serios, la empresa ha desarrollado clientes que arrancaron con mil aves y ya van en 40 mil.

¿Pero si hay tanto interesado, por qué la industria no crece como debiera ser? “Porque falta demanda. ¿Y por qué falta demanda? Porque el consumidor desconoce los atributos nutritivos del huevo de codorniz, porque cree que es para ciertas ocasiones, cuando lo recomendado es consumir ocho al día. En otras palabras, nos han hecho falta campañas masivas para estimular el consumo de este alimento, similares a las que se hacen para el huevo de gallina”, responde Romero Quijano, quien acepta que esto se debe en buena parte a la falta de conciencia gremial que ha caracterizado a los coturnicultores colombianos, que en tantos años no han conseguido tener un ente representativo y permanente que los agrupe.

“Las veces que hemos intentado crear una asociación, los intereses personales terminan por acabar con la idea. Hace unos tres o cuatro años hubo un intento de crear una asociación, pero nos dimos cuenta de que los promotores lo que estaban haciendo era un censo para abrirle espacio a una empresa extranjera que quería incursionar en el país”, revela, y hace un llamado a que se agremien, pero bajo la orientación de una persona que nada tenga que ver con la coturnicultura.

Así las cosas, y mientras se resuelve lo de la ausencia de una organización gremial que represente a estos productores ante el gobierno nacional y demás instancias de la sociedad, parecería que son las exportaciones –mas no un crecimiento del consumo del huevo de codorniz, porque eso exige un largo proceso–, las que podrían darle un nuevo aire en el corto plazo a esta industria, a través de esfuerzos individuales como el de Coturnícola Colombiana.