Revista Nacional de Agricultura
Edición 1008 – Octubre 2020

El desafío que enfrenta el país es enorme para tratar de cerrar las brechas de género que existen entre la mujer y el hombre del campo, y entre la mujer rural y la mujer urbana.

Si la sociedad colombiana tiene una deuda histórica y difícil de saldar con las gentes del campo en general, esta es mucho mayor cuando se trata de la mujer rural porque en este caso la inequidad que la castiga es de mayores proporciones, entre otras razones, debido a que en buena medida ella sigue siendo invisible para el país. Esto, pese a los esfuerzos que se han hecho en los últimos años por su reivindicación.

Y ser invisible quiere decir “no sujeto de…”. No sujeto de crédito. No sujeto de asistencia técnica. No sujeto de educación. No sujeto de remuneración. No sujeto de… En cambio, sobre la mujer rural pesan grandes responsabilidades, como el cuidado del hogar (labor más dura ante la inexistencia de servicios como agua potable y energía eléctrica en muchas partes del país) y la atención de cultivos y animales, todo lo cual se hace más difícil cuando ella es cabeza de familia o sufre de una de las más crueles realidades culturales de nuestra sociedad: el machismo, que tantas manifestaciones ofensivas tiene en el campo.

El estudio Situación de las mujeres rurales en Colombia, 2010-2018, que hizo el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (Dirección de la Mujer Rural), con el apoyo de la Unión Europea, UE, y la FAO, lo dice todo sobre este segmento de la población colombiana, y constituye un valioso insumo para la construcción de una política pública en favor de ella. De dicho trabajo, que se dio a conocer este año, extractamos algunos de los principales hallazgos, que retratan la dura realidad de estas colombianas que se merecen una mejor suerte:

  • En el campo colombiano hay cerca de 5.1 millones de mujeres, esto es, 47.2% de la población que habita en las zonas rurales.
  • Entre el 2010 y el 2018, los hogares rurales con jefatura femenina pasaron de 19.9% a 9%.
  • El 81.8% de las mujeres rurales dedica su tiempo al suministro de alimentos para el hogar o a servir de mano de obra en el campo. Sin embargo, a pesar de la desigualdad en la distribución de cargas, 70% de hombres y mujeres consideran que están haciendo lo que les corresponde.

En el caso de los hogares integrados por jefe, cónyuge e hijos (especialmente menores de cinco años) u otros familiares o dependientes, la participación laboral de las mujeres es menor (puede bajar hasta 35%). 

– Las mujeres rurales destinan mayor tiempo a actividades asociadas al cuidado (ocho horas diarias, frente a tres de los hombres), y las que más participan en el desempeño de estas actividades (93%, frente a 61% de los hombres), lo cual disminuye el tiempo disponible para participar en el mercado laboral.

– El 40.4% de los hogares rurales con jefatura femenina son pobres por privaciones en sus condiciones de vida (pobreza multidimensional), frente a 33.6% de los hogares rurales con jefatura masculina, y 12.4% de los hogares urbanos con jefatura femenina.

– El 40.5% de las personas en hogares rurales con jefatura femenina están en pobreza monetaria, frente a 34.7% de las personas en hogares rurales con jefatura masculina, y 27.6% en hogares urbanos con jefatura femenina.

– El 19.8% de las personas en hogares rurales con jefatura femenina están en condición de pobreza monetaria extrema, frente a 14.0% de las personas en hogares rurales con jefatura masculina, y el 6.6% en hogares urbanos con jefatura femenina.

– En 2010-2018, se dio una importante disminución en la tasa de analfabetismo en las mujeres rurales, la cual pasó de 14.0% a 10.6%, y que resultó incluso menor a la observada para los hombres rurales, que bajó de 14.7% a 12.1%.

– En las zonas rurales la asistencia escolar de personas entre 5 y 17 años se acerca a 90%. Sin embargo, menos de la quinta parte de la población joven (hombres y mujeres entre 18 y 24 años) asiste a un centro de educación formal.

– En promedio, las mujeres rurales tienen más años de escolaridad que los hombres rurales: 5.4 años vs. 4.9 años.

– Solo 40.7% de las mujeres rurales participan en el mercado laboral, frente a 76.1% de los hombres rurales y el 57.2% de las mujeres urbanas.

Las mujeres rurales enfrentan una mayor tasa de desempleo (8.9%), en comparación con los hombres (3.0%).

– El ingreso laboral mensual promedio de las mujeres rurales que laboran en actividades agropecuarias fue de $339.227 (pesos corrientes del 2018), mientras que el promedio en actividades no agropecuarias fue de $480.495. Por su parte, el ingreso laboral mensual promedio de los hombres rurales que laboran en actividades agropecuarias fue de $576.571, mientras que el promedio en actividades no agropecuarias fue de $856.393. 

– La agricultura es la rama que más población de la tercera edad emplea: 48% de las mujeres y 82% de los hombres mayores de sesenta años.

– La tasa de informalidad laboral en la zona rural es 82.4%. El 14.7% de la población rural cotiza al sistema pensional, en comparación con 44.2% en la zona urbana. El 15.7% de los hombres rurales cotiza al sistema pensional, frente a 12.0% de las mujeres rurales.

– En 2015-2018, el número de casos de violencia intrafamiliar en contra de las mujeres a escala nacional aumentó 3%, y en zonas rurales, 41%.

– En el país hay 1.9 millones de unidades de producción agropecuarias (UPA) de personas naturales en el área rural dispersa. Los hombres toman las decisiones de producción en 61.4% de ellas, en comparación con 38.6% en las que las decisiones se toman ya sea únicamente por las mujeres o en conjunto entre hombres y mujeres.

– El 79% de las UPA de mujeres productoras tienen menos de 5 hectáreas, frente al 67% de las UPA de hombres productores.

– Solo 7.3% de las mujeres productoras han recibido asistencia técnica, frente a 10.3% de los hombres.

– Solo 8.4% de las mujeres productoras han solicitado un crédito, frente a 11.5% de hombres.

– En 2010-2018, la brecha en la asignación final del monto crediticio promedio entre hombres y mujeres aumentó: mientras que en el 2010 el monto promedio otorgado a mujeres era 76.5% del monto a hombres, en el 2018 este disminuyó a 69.5%.

El mencionado estudio concluye diciendo: “Los instrumentos de generación de ingresos deben reconocer la interdependencia entre las actividades del cuidado y la producción agropecuaria de las mujeres y, también, fomentar la inserción de la agricultura campesina, familiar y comunitaria en las cadenas productivas. Además, la política pública debe estimular un sistema de cuidado con amplia cobertura en las zonas rurales del país, que permita disminuir la carga de las mujeres rurales, que procure una mejor distribución de las cargas entre hombres y mujeres y que reconozca y dignifique el trabajo de cuidado”.

El Día Internacional de la Mujer Rural

Esta fecha, que se celebra el 15 de octubre, fue establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en diciembre del 2007, para reconocer “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”. Se celebró por primera vez en el 2008.

Según la ONU, “las mujeres rurales –una cuarta parte de la población mundial– trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Sin embargo, sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento”.