Revista Nacional de Agricultura
Edición 1003 – Mayo 2020
Caída de la productividad, sobredemanda y especulación, se conjugaron en el sector panelero, con la pandemia del covid-19 como telón de fondo.
“Esto ha sido un desafío total porque nadie estaba preparado para afrontar una crisis como esta. Todo es nuevo y todos los días hay algo nuevo por aprender”. Las palabras son del ingeniero agrónomo Andrés Felipe Urrea, gerente de Inversiones Agropecuarias Doima, una de las empresas paneleras más importantes del país.
Cuenta que para los productores de panela la pandemia del covid-19 llegó justamente cuando estaban viviendo una importante disminución en los rendimientos de la caña en campo en todo el país, debido a la falta de lluvias, lo que redujo el contenido de jugo. Así, de 110 kilogramos de panela que normalmente consiguen por tonelada de caña, bajaron a 85, con un daño enorme especialmente para los pequeños productores, que representan 90% de la industria.
Entonces, lo que vimos, dice el empresario, fue una caída en la productividad, una sobredemanda que elevó los precios (la gente, temerosa por lo que se decía del coronavirus, empezó a comprar más de lo normal), y un fenómeno de especulación por parte de personas que se aprovecharon de la situación.“Esa sobredemanda se dio aun con restaurantes y otro canales de distribución cerrados. Los pedidos se nos triplicaron, y así estaban todas las empresas del país, lo que llevó a un desabastecimiento que aún persiste en ciertas partes del país. Hizo falta tanta panela, que incluso a las instituciones que querían donar alimentos les costó trabajo conseguirla o la consiguieron más cara”, revela.
Según Andrés Felipe Urrea, cuando estalló el problema sintieron mucho temor, pero reaccionaron muy rápido, mandando para la casa a muchos de los trescientos empleados que tiene esta empresa ibaguereña, dueña de la hacienda El Escobal –pero con todas las garantías laborales–, e implementando rigurosos protocolos de bioseguridad. Primero, se vieron muy golpeados por el encarecimiento de los empaques, cuyo precio está atado al dólar, y por el transporte, que al comienzo de la pandemia llegó a encarecerse mil por ciento para algunas regiones, porque los conductores querían que se les pagara la ida y el regreso. El problema de los sobrecostos en el transporte persiste pero son más razonables.
Pero igualmente la pandemia ha tenido un efecto sobre las ventas al exterior de Inversiones Agropecuarias Doima. En efecto, la empresa decidió cumplir con unos compromisos con clientes australianos y españoles que ya estaban en marcha, y suspender por un tiempo indeterminado los demás despachos, para dedicar todo su esfuerzo a abastecer primero al país.“Tomamos esa determinación a sabiendas de que corremos el riesgo de perder importantes relaciones comerciales. Pero fue un decisión de tipo ético”, asegura.
Andrés Felipe Urrea comenta que la rentabilidad que ofrecen los mercados externos es un poco más atractiva que la que se consigue en el país. Pero cuenta que con los precios internacionales está ocurriendo algo por lo demás curioso: los compradores de Europa y Estados Unidos ya están observando lo que ocurre en Corabastos y otras centrales de abasto, que es donde se forman los precios, a partir de la oferta y demanda del producto.
“De todas formas” –asegura–, “las exportaciones son un negocio más estable en precios si uno logra contratos de más largo plazo. Exportamos panela en todas las presentaciones, desde bloques de diferentes formas, granulada, en polvo, con adiciones (cocoa). La más demandada es granulada y en polvo”.
Inversiones Agropecuarias Doima, con setenta años existencia, produce alrededor de 270-300 toneladas mensuales de panela, la cual es distribuida por todo el territorio nacional. Sus más de trescientos empleados tienen contrato a término indefinido y todas las prestaciones de ley.
La empresa, en un modelo de alianzas productivas, ha integrado a pequeños productores, a quienes les ayudan a comercializar la panela (con lo cual tienen un mercado muy estable durante todo el año) y les brindan transferencia de tecnología.
Son más de sesenta paneleros de Cundinamarca, Tolima y Huila, que hacen parte de asociaciones que operan unas centrales de mieles en los departamentos mencionados. Este modelo, que debería ser replicado por otras empresas, les permite a los pequeños productores tener acceso a los grandes mercados de la panela.