Revista Nacional de Agricultura
Edición 1032 – Diciembre 2022

Recién estábamos empezando a vivir más tranquilos tras el éxito de la campaña mundial y local de vacunación contra la covid-19, la plena reactivación económica, la recuperación de millones de puestos de trabajo, cuando recibimos el 2022 con el impacto rezagado en los costos de producir alimentos derivado de la crisis de las cadenas de suministro a nivel global. Las perspectivas de la recuperación económica en el mundo y en nuestro país eran muy favorables y el optimismo era generalizado.

Sin embargo, el 23 de febrero Rusia decide invadir a Ucrania y a partir de ese momento y con el transcurrir de los días, se desinflaron las ilusiones mundiales de una rápida y sostenida recuperación económica tras el periodo más difícil de la pandemia que, además de muertes y enfermedad, desbarató el mercado internacional de los insumos que son necesarios para los animales y los suelos que nos dan a todos de comer. La seguridad alimentaria a nivel global entró en zona de riesgo y el índice de precios de alimentos de la FAO alcanzó niveles nunca antes vistos.

Allí se empezó a consolidar “la tormenta perfecta” que ha acompañado a la producción de alimentos durante prácticamente todo el 2022. Costos de insumos en dólares en niveles inimaginables; un fenómeno inflacionario a nivel global materializado también en nuestro país; y un incremento en la tasa de cambio que la llevó inclusive a niveles superiores a los $5.000 pesos por dólar a mediados de noviembre, cuando habíamos iniciado el año alrededor de los $4.000 e inclusive cuando llegó a ubicarse en su nivel más bajo ($3.706) en la primera semana de abril del 2022.

Con una depreciación del peso superior al 20 %, un exceso de demanda en la economía evidente y una inflación incesante, la junta directiva del Banco de la República terminó el año con su octavo incremento de las tasas de interés, llevando así la tasa de la política monetaria de 3 % en enero, a 12 % al cierre de este 2022. Incrementos que derivaron en mayores costos del crédito para los productores de alimentos.

Y como si fuera poco, llegó un duro invierno que parece que puede extenderse hasta el primer trimestre del próximo año, según los pronósticos recientes del IDEAM. Sus afectaciones, conocidas por todos, complican aún más la vida de los productores y sus perspectivas para los primeros meses del 2023.

Si bien el mercado internacional de insumos ha presentado semanas esperanzadoras en el último tramo del año, no se consolida un panorama alentador para el inicio del próximo.

Así las cosas, desde el sector agropecuario creemos que el Gobierno tiene una enorme oportunidad, no solo con el presupuesto aprobado por el Congreso para la siguiente vigencia fiscal, sino también con la tan anunciada adición presupuestal, para fortalecer los instrumentos que mitiguen y, por qué no, que resuelvan el impacto que ha tenido la tormenta perfecta que el agro ha vivido en este 2022.

El subsidio a la tasa de interés, el aseguramiento de la producción agropecuaria, el apoyo para el costo de los insumos, la recuperación y fortalecimiento de la red terciaria, entre otros, requieren presupuestos muy por encima de los que se tuvieron en el presente año.

Las perspectivas económicas globales para 2023 no son las mejores, y mientras se mantenga la invasión de Rusia a Ucrania, el costo de nuestros insumos es incierta. Y si la economía colombiana se desacelera y se reduce el consumo de los hogares sin tener certeza del comportamiento de los costos de producir comida, puede llevar al sector a un terreno bastante complejo.

Así pues, cerramos un 2022 en medio de una “tormenta perfecta” y recibimos el 2023 con gran incertidumbre. Menos mal el gobierno tiene los recursos para actuar y esperamos que, de manera decidida, si es necesario, los utilice por el bien del agro y de los consumidores colombianos.