Revista Nacional de Agricultura
Edición 1018 – Septiembre 2021

No solo recibieron herramientas para mejorar sus emprendimientos, sino para crecer en lo personal y hacerles frente a los desafíos de la cotidianidad.

El mes pasado, ciento setenta y dos mujeres emprendedoras de ocho municipios colombianos, concluyeron de manera satisfactoria un interesante proceso de empoderamiento económico y social, para el cual fueron seleccionadas en desarrollo del proyecto suscrito entre el Programa de Alianzas para la Reconciliación (PAR), Acdi/Voca y la SAC.

Nos referimos al programa Mujer Rural Emprendedora, que se desarrolló por medio de cursos, básicamente de manera virtual, y que demandó la inversión de $150.5 millones, de los cuales $128.8 millones correspondieron a una donación del PAR, de Usaid, y Acdi/Voca , y $21.7 millones a la contrapartida de la SAC. La iniciativa tuvo una duración de cinco meses.

Esta iniciativa está inscrita en la agenda transversal de la SAC, denominada Apuestas para la transformación del campo, la cual busca la empresarización de los productores agropecuarios y la visibilización y el potenciamiento de la mujer rural, entre otros propósitos. Para esto, la SAC firmó, a finales del 2019, un convenio de cooperación técnica con la Corporación Andina de Fomento, CAF, a través del cual se busca impulsar la productividad, la calidad y el valor agregado del sector agropecuario, con modelos innovadores de agronegocios, así como crear condiciones adecuadas para impulsar su inserción en nuevos mercados, nacionales e internacionales.

Las beneficiarias, que recibieron sus correspondientes certificaciones, pertenecen a los municipios de Vista Hermosa y Mesetas (Meta), Arauca y Arauquita (Arauca), Buenaventura (Valle del Cauca), Maicao (Guajira) y Florencia y San Vicente del Caguán (Caquetá). Los proyectos productivos escogidos para ser apoyados con esta iniciativa pertenecían a las siguientes áreas: cachama (Mesetas, Arauquita, Arauca); aguacate, lácteos y derivados (Florencia, Vista Hermosa, Mesetas); panela y derivados (Buenaventura, Arauca); reciclaje de plásticos (Vista Hermosa); mercados campesinos (Florencia, Arauca, Arauquita); artesanías (Buenaventura); cacao (Mesetas); compostaje (Mesetas), y melón (Guajira).

La selección de las beneficiarias (doscientas en un comienzo) estuvo a cargo de Acdi/Voca, y para ello se establecieron algunos requisitos, el primero de los cuales era ser beneficiarias de algún proyecto PAR en los municipios priorizados, tener interés en la iniciativa, disponer de dos horas a la semana, contar con un computador, tableta o celular smartphone, y tener acceso a internet, al menos en algunos momentos cada mes. La conectividad fue precisamente el mayor obstáculo que enfrentó este programa, lo que obligó a las consultoras que lideraron las capacitaciones y al operador tecnológico, Crehana –reconocida plataforma de educación virtual–, a echar mano de todos sus recursos, y a las mujeres a armarse de paciencia ante tal adversidad.

Como objetivo general del programa se definió la búsqueda del empoderamiento socioeconómico de las beneficiarias, a través del fortalecimiento de conocimientos y competencias para el trabajo y el emprendimiento. Esto, con un acompañamiento sicoemocional para facilitarles el reconocimiento de sí mismas como agentes de cambio, personal y social.

Lo anterior debía llevar a dos grandes propósitos: 1) Desarrollar entre las beneficiarias, competencias laborales y empresariales que les permitieran insertarse de manera efectiva en el mercado laboral, o desarrollar emprendimientos con los cuales lograr independencia económica y generación de ingresos para sus familias. 2) Mejorar el reconocimiento y confianza de las participantes en sus habilidades y su capacidad para decidir e incidir sobre su desarrollo personal, familiar y social.

El programa contó con la asesoría de tres profesionales: Lina Perilla (sicóloga), Niní Johana Téllez (sicóloga) y Etna Piedad Novoa (trabajadora social), entre quienes se distribuyeron los municipios contemplados en el programa. De esta manera, a Lina le correspondieron Arauca y Mesetas; a Niní Johana, Maicao, Buenaventura, Florencia, Arauquita y San Vicente del Caguán, y a Etna Piedad, Vista Hermosa.

Ellas, contratadas por la SAC, adaptaron los talleres del programa Decido Ser Poderosa para poder hacerlos virtuales, y diseñaron una solución temporal a los proyectos de los cursos de Crehana. Su labor fue invaluable, en la medida en se encargaron de motivar todo el tiempo a las beneficiarias para que terminaran los cursos, ver los videos y hacer las tareas en sus cuadernos, así como de ayudarles a subir este material a la plataforma, para obtener los certificados y la retroalimentación de los monitores de Crehana.

Los componentes del programa

El programa, que constó de cuarenta horas de aprendizaje y acompañamiento, tuvo dos componentes: 1) Desarrollo de capacidades para el trabajo y el emprendimiento de la mujer rural, y 2) Empoderamiento de la mujer rural, a través de los talleres de Decido Ser Poderosa.

El componente de Desarrollo de capacidades para el trabajo y el emprendimiento de la mujer rural, que se desarrolló por parte de Crehana, constó de varios cursos cortos en distintas competencias, a saber:

Habilidades blandas. Cursos de liderazgo, inteligencia emocional, ideación y creatividad, comunicación efectiva, técnicas de negociación, entre otros.

Emprendimiento y desarrollo del negocio. Cursos de gestión de proyectos, diseño de servicios desde la experiencia del usuario, reactivación de empresas, gestión de equipos de trabajo, finanzas para independientes y transformación digital, entre otros

Mercadeo y ventas, con énfasis en herramientas digitales. Cursos sobre creación de un plan de ventas efectivo, gestión de marca, negociación y relación con clientes, estrategia de marketing digital, comercio electrónico.

Cursos específicos del sector agropecuario. A cargo de la SAC, sobre reducción de pérdida y desperdicio de alimentos, educación económica y financiera, con énfasis en la inclusión financiera de la mujer rural, y la ruta de internacionalización para el sector agropecuario.

Culminado cada curso, las participantes obtuvieron un certificado en la competencia respectiva, y al finalizar los seis cursos, se hizo un evento de clausura, durante el cual se les otorgó un certificado, con el reconocimiento de la CAF, la SAC, Acdi/Voca y Usaid.

Vale anotar que las participantes continuarán con acceso, durante un año, al catálogo completo de más de cuatrocientos cursos virtuales de Crehana, para que puedan seguir fortaleciendo competencias específicas de su interés.

En el segundo componente del programa, Empoderamiento de la mujer rural (a través de los talleres de Decido Ser Poderosa), se profundizó en el Programa para el Cambio Social del PAR, a partir del trabajo de habilidades sociales que contribuyen al empoderamiento de las mujeres y la potencialización de su capacidad de agencia, frente a: la economía del cuidado, las identidades y representaciones sociales, y las violencias basadas en género.

Para el desarrollo de los talleres se contó con tres consultoras, a quienes el equipo sicosocial del PAR hizo la transferencia de la herramienta de Decido Ser Poderosa.

Las beneficiarias fueron organizadas en grupos de veinte a veinticinco mujeres cada uno, según el municipio o región de residencia. Cada grupo cursó cinco talleres virtuales de tres horas. En total, hubo veinte horas de acompañamiento sicoemocional: quince de taller grupal y cinco de trabajo individual autónomo.

A manera de conclusión

Los espacios que propició esta experiencia, permitieron llevar a cabo procesos reflexivos y propiciar diálogos de saberes, en los que las mujeres participantes llegaron a exponer de forma tácita sus situaciones particulares y las acciones que han ejercido, especialmente, para mitigar las violencias basadas en género. Se logró evidenciar, por manifestación directa de ellas, que sus relaciones familiares y sociales fueron transformadas desde la comunicación, el respeto y la confianza en sí mismas.

Importante destacar que el conocimiento digital impartido promovio la seguridad personal de las participantes, ya que para muchas de ellas esta fue su primera aproximación a dichos recursos tecnológicos. Esto, a su vez, permitió que algunas de ellas se involucraron más en las actividades escolares de sus hijos, favoreciendo la interacción y fortaleciendo las relaciones con ellos.

Las reflexiones sobre la violencia económica y patrimonial permitieron que muchas de las beneficiarias lograran ser titulares de sus bienes y negocios, o asumir con seguridad el manejo de sus ingresos y recursos. En algunos casos, estos títulos o bienes debían estar, socialmente, en cabeza del hombre.

Con relación a los estereotipos de género y la economía del cuidado, se logró el reconocimiento de los papeles ejercidos dentro del hogar, así como de las dobles cargas laborales que recaían mayormente en las mujeres. Esto permitió la reasignación de las labores del hogar, tanto con sus parejas como con sus hijos, lo que a su vez repercutió en una disminución de la carga de estrés, en un mayor tiempo en familia y en la promoción del autocuidado.

Reacciones

Jorge Enrique Bedoya, presidente de la SAC. Con esta iniciativa estamos comenzando a hacer realidad uno de los sueños más caros de la SAC: llevar formación y educación virtual a mujeres de apartadas zonas rurales de nuestra geografía nacional. Este programa es una nueva apuesta para que la mujer del campo pueda desarrollar sus habilidades, sacar adelante sus emprendimientos y hacer realidad sus sueños, sin depender de la influencia masculina. Nuestro reconocimiento para esas ciento setenta y dos mujeres que asumieron el compromiso de capacitarse, de prepararse, sorteando los obstáculos de la conectividad en el campo.

Jimena Niño, directora del Programa Alianzas para la Reconciliación, PAR. Este fue un gran mecanismo que nos permitió brindarles oportunidades económicas, sociales y culturales a ciento setenta y dos mujeres del campo, que hacen parte de la población vulnerable colombiana. A ellas pudimos llegarles con formación integral, es decir, que no solo se hizo un trabajo para que mejoraran sus competencias laborales, sino que se les bridaron herramientas con las cuales manejar debidamente las emociones, resolver conflictos diarios, tenerse confianza y dialogar. Definitivamente, la mujer rural es un componente muy importante de la sociedad colombiana.

Diego Olcese, fundador y CEO de Crehana. Este programa ha sido una de las experiencias más retadoras que ha asumido Crehana, principalmente, por las carencias de conectividad que existen en muchos de los lugares donde tuvimos que trabajar. Esto nos obligó, en no pocos casos, a adaptarnos a las circunstancias, es decir, a los recursos de conectividad de que disponían las beneficiarias del programa. Para nosotros esta experiencia fue todo un aprendizaje sobre una manera distinta de llevar educación a apartadas zonas rurales del país. Destacable, además, la forma como esas ciento setenta y dos campesinas asimilaron la tecnología.

Un problema serio

Según el boletín estadístico sobre la situación de las mujeres rurales en Colombia publicado por el Dane (septiembre del 2020), en el país hay 5.8 millones de ellas, que equivalen a 48.1% de la población rural. Pero a pesar de ser cerca de la mitad de la población del campo, en el 2019, solo 39.1% de las mujeres en edad de trabajar estuvieron económicamente activas (es decir, trabajan o están buscando trabajo), lo que contrasta con la población de hombres rurales en edad de trabajar que estuvieron económicamente activos: 75%. Además, la tasa de ocupación de las mujeres rurales durante la última década no ha superado 38% y ha estado 38.4% por debajo de la tasa de ocupación de los hombres rurales.

Esta brecha se ha acentuado con la pandemia del covid-19, pues a diferencia de los hombres rurales, que están principalmente ocupados en labores agropecuarias, de las pocas mujeres económicamente activas, muchas están vinculadas a los sectores más afectados en esta coyuntura: comercio, hoteles y restaurantes y prestación de servicios personales, entre otros.

Es así como a lo largo del 2020, la tasa de desempleo ha aumentado de manera mucho más drástica para las mujeres rurales, incrementando la brecha frente a los hombres rurales, y alcanzando más de 9% de diferencia en el 2020: 7.6% para los hombres, y 17% para las mujeres (trimestre mayo-julio).

Ahora, a pesar de tener porcentajes tan bajos de participación en el mercado laboral formal, lo cierto es que las mujeres rurales trabajan más horas y en una mayor diversidad de oficios que los hombres. Como lo revela la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2016-2017 (Enut, 2017), realizada por el Dane, si se contemplan todas las actividades económicas, ya sean remuneradas o no, las mujeres rurales en promedio trabajan 12 horas y 42 minutos al día; una hora y 11 minutos más que los hombres rurales, y 48 minutos más que las mujeres urbanas.

Es así como se necesita, no solo avanzar en visibilizar y reconocer el aporte económico de las mujeres rurales, sino apoyarlas y fortalecerlas como líderes y emprendedoras importantes para garantizar la seguridad alimentaria, la reactivación y la diversificación económica del campo y del país en general.

Una estrategia central para ello es la educación, en particular, a través del fortalecimiento de competencias para el trabajo, el emprendimiento y el fortalecimiento del “ser”. Las mujeres rurales, formal e informalmente, trabajan en múltiples actividades y por tanto poseen una gran diversidad de habilidades que les permiten contribuir al desarrollo social y económico de sus familias, su comunidad y su país. Estas competencias deben ser fortalecidas para que se traduzcan en oportunidades de generación de ingresos para sus familias. No obstante, enfrentan dos grandes limitaciones: el tiempo y las barreras culturales.