Revista Nacional de Agricultura
Edición 1026 – Junio 2022
Ingresó a Federarroz como ingeniero agrónomo en 1972, ganándose $5 mil. Por ese entonces, Colombia producía unas 250 mil toneladas del grano (hoy, 3 millones). Fue director ejecutivo de la Seccional Ibagué. Después, subgerente técnico, y más tarde, subgerente Comercial. En 1990, cuando Carlos Gustavo Cano deja la Gerencia de Fedearroz para asumir la Presidencia de la SAC, es nombrado en su remplazo, y en este cargo ha permanecido desde entonces. Ningún empleado de la Federación es más antiguo que él. Tampoco hay otro dirigente gremial del sector agropecuario con más tiempo en el cargo. Ha tenido que lidiar con diecinueve ministros de Agricultura de ocho gobiernos. Se inauguró con la ministra María del Rosario Síntes, en el gobierno de César Gaviria, el que tanto asustó a los arroceros con la apertura económica. Diálogo con Rafael Hernández Lozano, a quien le correspondió organizar la celebración, el mes pasado, de los setenta y cinco años de Fedearroz:
Revista Nacional de Agricultura: Parodiando el tango, ¿50 años no son nada?
Rafael Hernández Lozano: No son nada porque a uno se le pasa la vida y no se da cuenta. Pero también comprobamos que nunca hay tiempo suficiente para hacer todo lo que queremos.
R.N.A.: ¿Cuántos colaboradores tenía Fedearroz en 1972 cuanto Usted ingresa a la institución y cuántos la acompañan hoy?
R.H.L.: No éramos más de doscientos cincuenta empleados, y hoy en día somos alrededor de ochocientos, en vista de que la Federación ha crecido mucho en las áreas industrial y comercial. Ha habido una generación de empleo muy importante en las plantas de semilla, de almacenamiento, de secamiento y trilla y en la empresa de agroquímicos, Agroz S.A., localizada en El Espinal, Tolima, donde también se encuentran el molino y la planta de semillas, y pronto el Centro Experimental Hídrico. En este complejo se ocupan más de cuatrocientas personas.
R.N.A.: ¿Cuáles fueron los primeros grandes “chicharrones” que Usted tuvo que enfrentar como gerente?
R.H.L.: Los “chicharrones” han sido frecuentes, unas veces por precios, otras por sobreoferta y demás. Pero diría que el más difícil que he tenido que lidiar fue la crisis de los noventa, que se originó por la apertura económica indiscriminada, que tanto afectó al agro colombiano. Pero, gracias a que los arroceros han contado con una organización tan importante como la nuestra, que ha generado tecnología, prestado asistencia técnica y ofrecido nuevas variedades, se ha avanzado mucho en la sostenibilidad del cultivo.
Recordemos que en 1990, durante el gobierno del presidente Gaviria, se hizo el cambio de modelo económico, pero de manera indiscriminada y sin previa preparación del agro. Por esta y otras razones hemos venido pidiendo de tiempo atrás que haya políticas de Estado, de mediano y largo plazos, para el sector agropecuario. Colombia, excepcionalmente rica en recurso hídrico, no tiene distritos de riego diferentes a los que se construyeron en la década de los cincuenta.
R.N.A.: ¿Qué otras situaciones difíciles tuvo que enfrentar?
R.H.L.: Las relacionadas con el clima se han venido agravando con el paso del tiempo. El cambio climático está avanzando a una velocidad mucho mayor a la que esperábamos. Si en los Llanos Orientales hubiera dos o tres distritos de riego no tendríamos problemas de sobreoferta en agosto y septiembre, de recepción de la cosecha ni de transporte, lo que ocurre porque la mayor parte del arroz que se cultiva en Colombia es secano. La inseguridad guerrillera y la avalancha de Armero también fueron episodios muy complicados para el sector arrocero y la institución.
R.N.A.: ¿Alguna vez pensó “tirar la toalla”?
R.H.L.: Nunca, ni siquiera en los años 96 y 97, cuando Fedearroz se vio en medio de una crisis tan severa que casi llegamos a la causal de liquidación, y de la cual pudimos salir adelante, y hoy en día tenemos una Federación fuerte, que trabaja en muchos frentes, que tiene el programa de Adopción Masiva de Tecnología (Amtec), con resultados tan importantes que quienes lo han adoptado están en condiciones de competir con el arroz que llega de Estados Unidos.
En esos años, los intereses se dispararon por encima de 20% y llegaron a 30%, lo que hizo que las obligaciones que teníamos con los bancos se volvieran impagables con los resultados del área comercial. Pero logramos un acuerdo de pago a diez años, que al final solo nos tomó ocho.
R.N.A.: ¿Y el TLC con Estados Unidos?
R.H.L.: Esa fue otra lucha muy dura que tuvimos que dar en el gobierno del presidente Uribe, al que le pedimos que excluyera al arroz de las negociaciones porque nos parecían que eran muy desiguales las condiciones del juego. Pero esto no se logró y tuvimos que buscar unos términos para que no nos fueran a acabar. Así, logramos que se diera un plazo de diecinueve años para la desgravación total, que nos mantuvieran el arancel vigente de la OMC, que era de 80% (hoy está alrededor de 50%) y que nos concedieran seis años de gracia, todo con miras a poder mejorar la competitividad, lo que estamos logrando. También conseguimos que el arroz estadounidense se sometiera a unas subastas, con el ánimo de encarecerlo un poco allá y de obtener unas utilidades (a través Col-Rice, la empresa administradora de esas subastas), las cuales las invertimos en investigación, transferencia de tecnología y en la construcción de las plantas de almacenamiento, secamiento y trilla.
R.N.A.: ¿Pero, finalmente, el TLC es visto hoy como una oportunidad?
R.H.L.: Sí, lo que inicialmente fue una amenaza, logramos convertirla en una oportunidad. Claro que no he sido amigo de las importaciones de arroz porque aquí podemos autoabastecernos, tal como lo comprobamos el año pasado y el antepasado.
R.N.A.: ¿Cómo era el arrocero en los años setenta y cómo es hoy?
R.H.L.: En los setenta estaba en plena marcha la “Revolución verde”, que, en el caso del arroz, hizo posible pasar de 2.5 toneladas por hectárea a 4.5, gracias a un convenio que se suscribió con el Ciat, que hacía investigación básica; el ICA, encargado de la investigación aplicada, y Fedearroz, responsable de la transferencia de tecnología.
R.N.A.: ¿Qué debe corregir el arrocero de hoy?
R.H.L.: Esto ha sido un proceso de muchos años. Usted sabe que la innovación y la oferta tecnológica traen consigo cambios culturales, que no son fáciles de asimilar. Desde esa época se comenzó a modernizar el cultivo porque ya había variedades de mejor rendimiento y una maquinaria más avanzada. Hoy, el cambio cultural más fuerte se ha dado entre los agricultores que han adoptado el modelo Amtec –el cual es la adaptación de un programa brasilero–, que ya abarca un poco más de 60% del área arrocera colombiana. Gracias a esta iniciativa han bajado los costos de producción de forma considerable: 42% en el uso del agua de riego, 50% en la cantidad de semilla que se siembra, 25-30% en cantidad de fertilizantes, y 35-40% en pesticidas. Creo que al terminar la desgravación arancelaria vamos a ser competitivos frente a cualquier otro país.
R.N.A.: ¿Cuáles son los tres mayores desafíos que tiene por delante el sector arrocero?
R.H.L.: Primero, lograr que los cultivadores sean competitivos. En segundo lugar, encarar la competencia internacional, especialmente, frente a Estados Unidos; recordemos que en el 2030 terminará la desgravación arancelaria, por lo que deberemos ser todo lo competitivos que podamos. Y, en tercer lugar, resolver la amenaza permanente del acuerdo de la CAN, frente a la cual le hemos pedido al gobierno que este se revise y se vuelva de doble vía. Dicho acuerdo está vigente desde la década de los sesenta, cuando Colombia tenía ventajas frente a Colombia y Perú, pero hoy ocurre todo lo contrario. Necesitamos acceso a esos dos mercados.
R.N.A.: ¿Cuál es la dificultad que impide esa revisión?
R.H.L.: En este momento, Perú le está aplicando a Colombia sanciones porque dice que Colombia no le recibe el arroz que quedó acordado en las diferentes reuniones que se han hecho desde el gobierno pasado, aunque en realidad el precio de ellos es el obstáculo. Finalmente, lo que no ha existido es voluntad política del gobierno frente al hecho de que Perú y Ecuador reclaman que les recibamos arroz a cambio de que nos acepten productos de otros sectores de la economía.
R.N.A.: ¿Qué tan competitivo es el sector arrocero colombiano frente a los países más avanzados en el cultivo?
R.H.L.: La respuesta hay que dividirla en dos. Los países de la zona templada (del sur y del norte, como Uruguay, Argentina, sur de Brasil y Estados Unidos), tienen unas condiciones climáticas muy deferentes a las nuestras, por lo que siembran casi todo el arroz bajo riego. En la zona tropical, yo diría que somos los primeros en rendimiento por hectárea. En este punto hay que hacer una distinción entre los sistemas de riego y de secano, porque hay veces que nos comparan con Uruguay, por ejemplo, cuando ese país siembra todo bajo riego y está en la zona templada, comparación que hacen con nuestro promedio de riego y secano, cuando debe ser solo en riego. Si ellos producen 8-9 toneladas por hectárea, pues en la meseta de Ibagué llegamos a 10. Ahora bien, si nos comparamos con países que producen secano, nuestros rendimientos son de los mejores del mundo.
R.N.A.: ¿Cómo observa el despoblamiento del campo? ¿Fedearroz qué está haciendo para que los hijos de los arroceros continúen con el cultivo?
R.H.L.: Ese es un problema serio porque los censos arroceros dicen que está aumentando la edad de los cultivadores: más de 70-80% son mayores de cincuenta años. Frente a esto, estamos luchando para que el arroz sea un negocio moderno, estable y bueno, y así conseguir que los jóvenes se sientan atraídos a quedarse en el campo.
R.N.A.: ¿Cómo se imagina el sector arrocero en el 2050?
R.H.L.: Habrá unos productores supremamente eficientes, y si hay voluntad del Estado para construir distritos de riego, será un cultivo muy tecnificado, con costos competitivos. Igualmente, vemos muy desarrolla la parte industrial.
R.N.A.: ¿Seremos capaces de consolidarnos como exportadores de arroz?
R.H.L.: Indudablemente, si logramos avanzar en competitividad. Colombia es el cuarto país en el mundo en riqueza hídrica, pero no tenemos distritos de riego. En el Meta y en Casanare, hay un río cada 20 kilómetros, pero no existe un solo distrito para la producción, no solo de arroz, sino de maíz, soya, algodón y ganado.
R.N.A.: ¿Hay interés entre los particulares en participar en la construcción de los distritos de riego bajo la figura de alianzas público-privadas?
R.H.L.: Eso es lo que hemos propuesto, en vista de que el Estado no tiene los recursos suficientes. Las concesiones y las alianzas público-privadas son instrumentos expeditos, como han demostrado serlo en la construcción de carreteras y otras obras.
R.N.A.: ¿En el mediano plazo puede haber inversión extrajera en el cultivo del arroz?
R.H.L.: Pienso que sí. A la altillanura han llegado capitales argentinos y brasileros, pero con las limitantes de las unidades agrícolas familiares (UAF) va a ser muy difícil que haya inversión. Si queremos ser exportadores, necesariamente debemos abrirles espacio a las grandes empresas, que son las únicas con capacidad para sembrar extensas áreas de arroz, de maíz y de soya, como ocurre en Brasil, en Argentina, en Estados Unidos y otros países.