Revista Nacional de Agricultura
Edición 1013 – Abril 2021

A Juan Manuel Ospina Restrepo, quien presidiera la SAC entre 1995 y 1998, el destino le jugó una mala pasada: le tocó en suerte hacerle frente a uno de los episodios más complicados de la vida nacional: “Proceso 8 mil”, que alteró de manera dramática toda su gestión.

P.: ¿Cómo llegó a la SAC?

R.: Hacía poco me había retirado de la Presidencia de la Federación Antioqueña de Ganaderos, Fadegan –en donde permanecí por dos años y perdí mi virginidad gremial, puesto que nunca había trabajado en una organización de esta naturaleza–, cargo que me daba la oportunidad de asistir a las reuniones de la Junta Directiva de la SAC. El ofrecimiento me lo hizo un día por teléfono, César de Hart, quien por ese entonces estaba al frente de la institución. Acepté porque yo ya había podido valorar en Fadegan la importancia del trabajo gremial, sobre todo en la perspectiva de los espacios que había abierto la Constitución de 1991, que permite un mayor nivel de participación, de aporte, al diseño de políticas, desde los sectores no estatales

P.: ¿Su gestión en la SAC, a qué se orientó, básicamente?

R.: Primero que todo, hay que tener en cuenta que no mucho tiempo despúes de haber asumido como presidente de la SAC, entramos en el gobierno de Ernesto Samper y estalla el famoso “Proceso 8 mil”, episodio que comprometió enormemente el trabajo de los gremios, incluida la SAC. Fue una época muy complicada, durante la cual estos desempeñaron un papel muy importante, al punto que llegamos a solicitarle al presidente Samper que, como una salida democrática, renunciara al cargo. Pero pasó que en la medida en que nosotros presionábamos, “los cacaos” iban donde Samper a brindarle su apoyo, lo cual terminó por debilitar el trabajo gremial. Con ese apoyo, el presidente se llenó de tranquilidad y pudo desconocer lo que se le estaba sugiriendo desde el Consejo Gremial, ente que yo simultáneamente presidía en ese momento. Ya en el trabajo propiamente del sector, hubo un esfuerzo muy grande en dos frentes. El primero, que finalmente quedó esbozado, buscaba que la SAC, a la luz de lo que había establecido la Constitución del 91, recuperara su calidad de confederación, de representante de sociedades de agricultores regionales –como la Sociedad de Agricultores de Antioquia, la Sociedad de Agricultores de Santander, la Sociedad de Agricultores del Valle, que aún existe, etc.–, las cuales podían de una manera mucho más clara expresar las realidades, las posibilidades y los problemas que se vivían en los territorios. Estructura que se fue disolviendo para darle importancia, no a la visión territorial, sino a la visión de producto, por lo que empezaron a surgir los gremios como el cacaotero, el palmero, el algodonero, etc.

El otro asunto al que se le dedicó un gran esfuerzo fue con el Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena, para crear cursos y programas de capacitación continuada, orientada al personal, sobre todo administrativo medio de las empresas agropecuarias. Ese convenio duró hasta no hace mucho tiempo.

P.: ¿Pero, volviendo al Proceso 8 mil, cómo eran las relaciones con el Ministerio de Agricultura?

R.: Aunque las relaciones con el gobierno se complicaron mucho,  la verdad es que tuve una relación muy abierta con ministros que me correspondieron, como José Antonio Ocampo y Cecilia López, la cual no fue perturbada por el hecho de que estuviéramos, como gremios, confrontando al presidente de la República. Esto fue posible porque se pudieron diferenciar las necesidades de la política para el sector, del cuestionamiento que se le estaba haciendo a la elección de Ernesto Samper.

Además, como SAC, acompañamos las iniciativas que estaba impulsando el presidente, como por ejemplo, la del proceso de paz. Él estaba muy obsesionado con “humanizar la guerra”; tanto que una vez le dije: Con todo respeto, señor presidente, no se trata de humanizar la guerra, sino de terminarla.

P.: A Usted se le acusó de haber ido donde en embajador Frechette a solicitarle ayuda para derrocar al gobierno de Samper…

R.: En eso hubo muchas especulaciones, pero yo no hice parte de los “conspiretas”, como se llamaba a quienes querían tumbar al gobierno, lista en la cual se llegó a mencionar a Juan Manuel Santos. Sí nos reunimos (el Consejo Gremial) con Frechette, pero no en plan de golpe de Estado, sino para analizar la situación. Una cosa era que el presidente renunciara y otra muy distinta que se le diera un golpe de Estado, aunque el resultado fuera semejante.

P.: ¿Cuáles fueron sus grandes frustraciones en la SAC?

R.: Pasó una cosa: mi gestión quedó como a mitad de camino. La incursión de los gremios en un escenario político, en el marco del “Proceso 8 mil”, fue produciendo  un sentimiento como de impotencia. Como las decisiones políticas se mueven en espacios políticos, cuando los gremios resultan metidos en esos espacios, empiezan a verse limitados, debido a que esa no es su razón de ser.

Recuerdo que por esa época yo fui de vacaciones a México, donde se estaba manejando toda la situación de la guerrilla del sur del país, cuyo protagonista era el comandante Marcos. ¿Y qué vi yo ahí? Que eran las fuerzas políticas las que estaban enfrentando la situación, y con esa idea en la cabeza regresé al país. A los pocos días, Fabio Valencia Cossio me invita a almorzar para comentarme que Nicanor Restrepo le había dicho que me convenciera de integrar la lista al Senado, para ocupar la curul que había dejado Juan Camilo Restrepo. Acepté la propuesta  y entré como segundo renglón, en una disidencia del Partido Conservador: la Fuerza Progresista del Coraje. En ese momento renuncié a la SAC.

Todo esto para decir que no alcancé a culminar una gestión porque vi otro escenario que era más adecuado a lo que yo creía en ese momento, y para comentar que no llegué al Senado por haber sido presidente de la SAC.

P.: ¿Cuál es hoy su visión del sector agropecuario?

R.: Nuestro sector agropecuario tiene una característica especial: es muy resistente, como lo somos los colombianos. Y es resistente, tal vez porque nunca hemos tenido un Estado fuerte. El sector se parece a esas personas que por no haber tenido papá, tienen que “bandearse”, moverse por sus propios medios, ser recursivas. Como el colombiano, el sector agropecuario no se deja acorralar, tanto a escala de campesinos como de mediano y grande productor. Uno se sorprende cuando no solamente ve que el agro sobrevive, sino que incluso crece en medio de las inconsistencias de la política, de la incapacidad de estructurar una estrategia de desarrollo rural de largo plazo, de los cambios de política que se dan de un gobierno a otro. Lo segundo es que ha habido una pérdida de importancia de la dimensión campesina.

P.: ¿Qué significó para Usted haber sido presidente de la SAC?

R.: Lo más importante fue que pude entender mejor las potencialidades de nuestro mundo rural, así como los enormes limitantes que dificultan que esas potencialidades se puedan aprovechar al máximo. Lo más lamentable de esto es que muchas de esas limitaciones se pueden resolver con política. La realidad rural es muy compleja. Este es un país diverso por donde se le mire y no se puede soñar con tener una agricultura como la estadounidense o la argentina, dotada de  grandes planicies. No, este es un país arrugado, lleno de pequeños nichos productivos, de pequeñas posibilidades y de enormes desafíos, lo cual no hemos sido capaces de entender completamente. Por eso no hemos podido desarrollar una política que parta de las realidades de los territorios y se vaya construyendo de abajo hacia arriba. Creo que uno de las iniciativas más interesantes de desarrollo rural en Colombia fue el programa Desarrollo Rural Integrado, DRI, que después se convirtió en el Plan Nacional de Rehabilitación, en el cual trabajé como asesor del gobierno de Betancur. Todo esto lo vi desde SAC, pero como lo dije, mi gestión se vio afectada por coyuntura del “Proceso 8 mil”.  

P.: ¿Cuál sería su mensaje con ocasión de los 150 años de la SAC?

R.: Dice un adagio que “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Lo menciono porque la SAC tiene un conocimiento acumulado, un compromiso con la historia, especialmente con la historia rural, que le da los elementos para mirar más allá del pequeño problema concreto de un cultivo, y ayudar a diseñar esa visión más amplia que recoja toda esta experiencia, porque esos diseños de política no nos los va a traer el Banco Mundial. Ya tenemos en la SAC el bagaje de conocimiento para ayudar a estructurar lo que se llama una política de Estado, de largo plazo, que trascienda el plano productivo y la solución de los problemas coyunturales. La voz de los productores es importante porque ellos permanecen, mientras que los políticos pasan, los gobiernos pasan.