Revista Nacional de Agricultura
Edición 1014 – Mayo 2021
Colombia necesita eliminar la legislación obsoleta y poco realista que afecta a esta industria, si quiere convertirla en fuente de desarrollo social y económico.
La acuicultura –por encima de la pesca marítima–, es vista en el mundo entero como una de las más realistas alternativas para contribuir a la seguridad alimentaria, por la calidad de la proteína que ofrece, por los volúmenes de producción que alcanza por unidad de superficie, y por el corto tiempo de su ciclo productivo (6-8 meses). Viendo esto, la pregunta es: ¿Colombia, cuándo se va a subir en serio al bus de la acuicultura, si además cuenta con aguas y climas, y se encuentra cerca de dos importantes mercados externos, como lo son Estados Unidos y Canadá?
Responde César Pinzón Vargas, director ejecutivo de la Federación Colombiana de Acuicultores, Fedeacua: Para que Colombia pueda aprovechar las ventajas que ofrece la acuicultura, hay que remover no pocos obstáculos, muchos de los cuales son de tipo burocrático, del resorte del Ministerio de Ambiente. “Hasta tanto esta cartera no actualice ciertas normas ambientales, la industria podrá seguir creciendo algo pero solo por mejoramientos en la competitividad, mas no por un aumento de los cultivos”, explica.
Le pedimos que citara las que considera son las cinco principales talanqueras que impiden que la acuicultura exprese todo su potencial como generadora de empleo y riqueza para las regiones, y como fuente de divisas para el país. Se refirió a las siguientes:
- La no “domesticación” del pangasius (panga o baza), especie exótica de climas cálidos, cuya presencia en el país sigue siendo desconocida por el Ministerio de Ambiente. Tan fuerte es la presencia de este pez de origen asiático en el país, que su producción ya se estima en 12 mil toneladas, lo que quiere decir que pronto se convertirá en una de las especies más cultivadas aquí, junto con la tilapia, la trucha y la cachama, y que superará la producción de las especies nativas. De otra parte, cifras oficiales indican que en el 2019, se importaron 50 mil toneladas de pangasius, por valor de USS$100 millones. No formalizar la presencia de esta especie en el territorio nacional, con la retórica de que es un pez invasor, hace que su producción y comercialización no se puedan controlar, que su procesamiento se haga en plantas no autorizadas y que muchas veces sea ofrecido como bagre. Además, impide que el país no pueda sustituir esas cuantiosas importaciones. Frente a esta realidad, lo aconsejable es que este pez sea declarado como “domesticado”, tal como ocurrió en el 2015 con la trucha y la tilapia, por gestión de Fedeacua. Aquí vale la pena recordar que hasta dicho año, estas dos especies fueron consideradas como exóticas, aun cuando la trucha había llegado al país setenta y seis años atrás, y la tilapia ya completaba cincuenta y seis de estar en la mesa de los colombianos.
- La imposibilidad de que en el país se puedan aprovechar los embalses de las hidroeléctricas para la actividad acuícola, lo cual es una vergüenza. Mientras que en Brasil, por ejemplo, hay sesenta y tres embalses listos para aceptar explotaciones de esta naturaleza, en Colombia, solo está habilitado para tal fin el de Betania, en el Huila. Desde hace varios años estamos buscando que también se abra a la acuicultura el embalse de El Quimbo, situado en ese mismo departamento, pero todo ha sido un trabajo desgastador, por cuenta de una legislación totalmente obsoleta. (Ver recuadro).
- Los permisos de uso de agua, que son supremamente costosos, al punto que a un pequeño productor de dos o tres estanques, le pueden salir entre $16 y $24 millones al año. Así no se puede formalizar el sector. Con esos costos, solo empresas medianas pueden pensar en formalizarse. Pero es que, además, la acuicultura es considerada casi como si fuera industria en cuanto a consumo de agua, y no una actividad agropecuaria.
- El escaso acceso a los planes de incentivos, lo que se explica, principalmente, porque la mayor parte de los productores del sector son informales. Con tanta informalidad es muy difícil llegar a impactar al sector. Plata hay, pero no se puede aplicar.
- El desconocimiento del sector, lo que dificulta la creación de política pública y la construcción de planes de inversión. Por eso estamos en un trabajo para conocer cómo es esta industria y su potencial, y así poder elaborar planes de negocio, tanto para el mercado nacional como para la exportación.
Crecen las exportaciones de tilapia y trucha
En la actualidad, la producción de la industria acuícola nacional asciende a 174 mil toneladas, distribuidas de la siguiente manera: tilapia, 100 mil; cachama, 33 mil; trucha, 27 mil, y especies nativas (bagre, bocachico, pirarucú, etc.), 12 mil.
De dicha producción –dice Pinzón Vargas–, el año pasado se exportaron 13 mil toneladas, o sea, 8-10% del total nacional, de las cuales tilapia y trucha aportaron 11.800 y 1.300, respectivamente, despachadas casi que en su totalidad a Estados Unidos, que absorbe 96% de nuestras exportaciones. El fuerte del mercado es Miami, en donde se quedan 70-80% de las mismas; Florida consume 10%, y el resto de la tilapia y la trucha colombianas alcanza a llegar a Nueva York y San Francisco.
Esas 13 mil toneladas que se exportaron en el 2020, indican que en cinco años Colombia duplicó sus ventas, puesto que en el 2015 estas contabilizaron 6.407 toneladas. En valor, tenemos que en dicho periodo, se pasó de US$50 millones a US$70 millones.
Al referirse al futuro del mercado estadounidense, asegura que cada día se ve mejor, porque somos competitivos desde el punto de vista del precio y porque ofrecemos un producto refrigerado; de hecho, somos los principales proveedores de filetes frescos, y estamos en capacidad de aumentar la oferta, para lo cual se necesitaría certificar un mayor número de empresas. Además, hemos salido gananciosos de los problemas comerciales que se han dado entre Estados Unidos y China.
De todas formas –explica el director ejecutivo de Fedeacua–, en Estados Unidos hay un mayor horizonte para la tilapia, en vista de que ellos son productores de trucha. Pero podríamos avanzar mucho con esta especie si pudiéramos ofrecer las tallas que nos pide el mercado, lo cual solo sería posible si dispusiéramos del alimento adecuado. Debido a esto, estamos trabajando un convenio con una empresa estadounidense para conseguir el alimento de la calidad que necesita la truchicultura, el cual sería importado.
A la pregunta de si México podría llegar a interferir los planes colombianos en el mercado estadounidense, responde que ese país es un competidor en potencia, que por ahora dedica su producción de trucha y tilapia al autoconsumo. Pero, mañana o pasado, los mexicanos se pueden decidir a exportar, frente a lo cual tendríamos la ventaja de que podemos producir a lo largo de todo el año. Igual puede ocurrir con Brasil, donde hay un gran autoconsumo.
Después de Estados Unidos, aparecen como compradores, Canadá, pero solo de trucha, con (122 toneladas en el 2020), y Perú y Reino Unido, con pequeñas cantidades de tilapia.
Según César Pinzón, el canadiense es un mercado muy interesante, por lo que nos estamos preparando para sacarle el mayor provecho, aunque es más exigente que el estadounidense en tamaños, calidad, certificaciones y trazabilidad. “A propósito”, revela, “en los próximos días vamos a lanzar el Sello de Calidad Fedeacua, que a la manera del café con Juan Valdez, certificará que tilapia y trucha son productos colombianos, para distinguirnos de la competencia costarricense, hondureña, etc. Vale decir que la acuicultura centroamericana está creciendo de manera rápida, porque cuenta con la inversión de empresas multinacionales”.
En cuanto a Europa, Colombia no ha podido llegar a este mercado porque allá se produce trucha, y porque no somos competitivos por los fletes, como sí lo somos en América.
Sobre las posibilidades que ofrece el mercado internacional para productos con valor agregado de tilapia y trucha (nugets, colágeno, hamburguesa, etc.), asegura que sí hay demanda pero que los mayores aranceles existentes para este tipo de bienes constituyen hoy una barrera que hay que salvar, y en eso está Fedeacua.
César Pinzón manifestó que en la parte burocrática, el trámite de los permisos ante el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, ha mejorado bastante y que el gobierno nacional le ha brindado apoyo a la industria en cuanto a certificaciones se refiere. “Pero los exportadores, que en Colombia son diez empresas, siguen pagando unos fletes aéreos muy costosos (todos los envíos se hacen por avión), a los cuales se suman los fletes terrestres entre la planta y el aeropuerto. Tilapia y trucha salen en los aviones que llevan flores, sector con el que tenemos muy buenas relaciones, lo cual nos ayudó mucho el año pasado en medio de la pandemia del covid-19”, comenta.
Finalmente, reveló que ha habido contactos con inversionistas extranjeros, interesados en establecerse en el país, pero las actuales normas jurídico-ambientales se interponen a cualquier proyecto de esa naturaleza. Se trata de empresarios árabes, americanos, panameños y brasileros.
LOS EMBALSES, OPORTUNIDAD DESPERDICIADA
Desde hace tiempo, Fedeacua ha venido insistiendo en que Colombia no puede seguir desaprovechando el enorme potencial que ofrecen los embalses y lagunas para la industria piscícola, si quiere hacer de este sector un jugador de las grandes ligas, crear empleo y generar divisas, en medio de rigurosas prácticas ambientales.
En el país, de cuarenta y siete embalses y lagunas existentes, solo en cuatro está permitida esta actividad: Betania (Huila), Tota (Boyacá), La Cocha (Nariño) y El Guájaro (Atlántico). Pero el Estudio de prefactibilidad técnica y normativa para la producción piscícola en cinco embalses colombianos, contratado por Fedeacua, indica que los embalses de las siguientes hidroeléctricas son aptos para tal fin: El Quimbo (Huila), Hidrosogamoso (Santander), Salvajina (Cauca), y Porce III e Ituango (Antioquia).
Por otra parte, la misma Fedeacua ha identificado otros cuerpos de agua con potencial piscícola, entre los cuales aparecen:
Para trucha: Río Grande, Playas y San Lorenzo (Antioquia). Sisga y Neusa (Cundinamarca). Chivor y Guavio (Boyacá).
Para tilapia: Urrá (Córdoba).