Revista Nacional de Agricultura
Edición 1014 – Mayo 2021
Hace algo más de un siglo no eran los siniestros naturales, las plagas ni las enfermedades lo que más preocupaba a los agricultores colombianos.
La lectura de ediciones antiquísimas de la Revista Nacional de Agricultura nos ha permitido descubrir cosas que merecen ser compartidas con nuestros lectores, porque nos sitúan en momentos históricos, anecdóticos y curiosos de la vida de nuestra institución, que está estrechamente cosida a la vida nacional. Dicha lectura es de por sí una verdadera máquina del tiempo que nos lleva al pasado.
Por ejemplo, encontramos que la preocupación de la SAC porque se dote a los productores del campo de un seguro que los cubra frente a eventos naturales (inundaciones, sequías, heladas) y riesgos fitozoosanitarios, viene de hace ciento diez años. Pero por aquel entonces esas no eran las únicas “causas de ruina” en el campo. Había una que, por encima de todas, atormentaba a agricultores y ganaderos del país: las guerras.
Por tal razón, entre los asuntos que debía resolver el Congreso Agrícola, próximo a reunirse, aparecía la creación de un seguro que protegiera a los productores del catastrófico efecto de los conflictos armados, que dejaron honda huella en la historia nacional. La propuesta aparece en la edición correspondiente a septiembre-octubre de 1911, de la citada publicación.
“…la causa de mayores pérdidas en la agricultura es, sin duda, la guerra. Las labores de las grandes haciendas quedan por lo general paralizadas por falta de brazos. Hay cierta clase de cosechas que pueden salvarse de la ruina, como las de café, pero esto no acontece con otros productos.
“Las guerras se han venido sucediendo, con ligeras alteraciones, cada diez años y su duración media es aproximadamente de un año. La mayoría de los grandes propietarios pierde un año de labor cada diez, fuera de las pérdidas en los ganados y de daños materiales en las fincas. No sería exagerado presuponer que sobre el gremio agrícola gravita un impuesto forzoso del diez por ciento anual del producto de sus haciendas, como contribución de guerra. Es cierto que algunos agricultores no sufren pérdidas de consideración en cierta época de guerra, pero en cambio, otros, los que se hallan en las regiones sublevadas, se arruinan completamente”, era el argumento central de la propuesta.
Entonces, las guerras y las demás eventualidades arriba citadas, justificaban la creación de una compañía de seguros, para que en el caso específico de los conflictos armados, los productores del campo pudieran protegerse en algo de sus devastadores efectos. Dicha compañía, dice la propuesta, lo que haría sería “repartir entre todos los habitantes del país el impuesto de guerra, que solo afecta al gremio agrícola. Para que se comprenda esto, basta notar que el agricultor cargaría naturalmente la prima de aseguro á los gastos de la hacienda y tendría que subir el precio de los productos a los consumidores en el porcientaje correspondiente”.
Este seguro contra la guerra se asimilaba a los seguros marítimos, creados en el mundo para proteger a los comerciantes de las cuantiosas pérdidas sufridas en los naufragios, en la medida en que era el consumidor el que pagaba, en definitiva, tanto la prima del “aseguro” marítimo, como el impuesto aduanero.
De todas formas, entre los agricultores había conciencia de que era mucho más saludable para el país evitar las guerras y más bien invertir los considerables recursos que tendría que pagar la compañía de seguros en esfuerzos orientados a mejorar la producción agropecuaria.
“El aseguro contra perjuicios de guerra, empleado en evitarla, sería más eficaz y benéfico que pagar los perjuicios ocasionados por ésta; pues no habría ruina y la suma destinada al pago de daños sería empleada en creación de riqueza por la utilización de las mismas actividades individuales que hubiesen sido empleadas en la devastación. De esta manera se conseguiría aumentar el rendimiento económico de la Nación y realizar su prosperidad”.