Revista Nacional de Agricultura
Edición 1011 – Febrero 2021

Cuando nació la SAC el país tenía 2.9 millones de habitantes, de los cuales 823 mil eran agricultores y ganaderos. Oro, tabaco y quina y café, hacían parte del “modelo exportador” de la economía. 

Un testigo de la nueva República. El país que José María Gutiérrez de Alba recorrió, es un escrito de Efraín Sánchez, publicado por el Banco de la República, que nos sirve para conocer un poco cómo era la Colombia –o mejor, los Estados Unidos de Colombia–, que vio nacer a la SAC en 1871. Gutiérrez de Alba, dramaturgo, periodista, político español y agrónomo, vino en 1870 en calidad de “agente confidencial” (¿espía?) de su país, para investigar el estado de las relaciones políticas y comerciales de las dos naciones:

La época en que José María Gutiérrez de Alba vivió en Colombia (1870-1883) fue una de las más agitadas de la historia del país en el siglo XIX. A su llegada se hallaba en su cenit un experimento político tan arriesgado como lo fue el federalismo radical, con el que se buscó garantizar la paz, la seguridad y las libertades. Bajo el federalismo se produjeron cambios en algunos aspectos importantes como las comunicaciones, los transportes y la educación. Se crearon los primeros bancos, comenzaron a circular los billetes y el auge del comercio exterior vino a reanimar una economía adormecida desde mucho antes de la Independencia.

El paso al sistema federal fue gradual. Inicialmente se creó el Estado de Panamá, a principios de 1855, luego el de Antioquia, a mediados de 1856, y finalmente los de Santander, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar y Magdalena en 1857. En mayo de 1858 se expidió la Constitución que institucionalizó la adopción del federalismo, y la antigua Nueva Granada cambió de nombre por el de Confederación Granadina. En cuanto a esto del nombre del país los legisladores no estaban tan seguros, y en 1862 cambió de nuevo para adoptar el de Estados Unidos de la Nueva Granada, que tampoco tuvo larga vida pues al año siguiente se trocó por el Estados Unidos de Colombia. El país cambió de nombre tres veces en cinco años.

En 1870, año en que Gutiérrez de Alba llegó a Colombia, se llevó a cabo un censo general de población. Esta había crecido con lentitud desde 1851, cuando se había realizado el censo anterior, pasando de 2.207.108 personas a 2.890.000.

Saltan a la vista las desproporciones entre las distintas regiones de Colombia en cuanto a extensión y población, y el caso más conspicuo es el de los llanos orientales y las selvas amazónicas, cuya área abarcaba más de la mitad del país y sin embargo su población, según algunos cálculos de la época, apenas llegaría a unas 60.000 personas, es decir, poco más del 2% de la población total de la nación. Eran regiones casi desconocidas, habitadas por grupos indígenas, misioneros, algunos comerciantes y un pequeño número de colonos.

Podría ser engañoso decir simplemente que la mayoría de la población vivía en el campo pues en realidad se concentraba en miles de pequeñas aldeas, “vecindarios” y “capillas” y concentraciones de casas que no podrían describirse como pueblos pero tampoco como campo raso. Sería más preciso decir que Colombia era un país de campesinos que vivían en pueblos “pequeños, tranquilos como una casa de campo”, como dijo Manuel Ancízar sobre los pueblos de la provincia de Tunja en 1851.

Algo más de la mitad de la población, según el censo de 1870, se componía de agricultores y ganaderos, incluidos los terratenientes, y algo menos de la cuarta parte eran artesanos, principalmente fabricantes de telas, confecciones para el uso popular y sombreros. La proporción de comerciantes y transportadores o arrieros era ínfima (menos de 3%) y una proporción similar se dedicaba a la minería, esencialmente a la extracción de oro y plata y en número muy bajo a la explotación de otros materiales preciosos como las esmeraldas, cuyas minas de Muzo visitó Gutiérrez de Alba en febrero de 1872.

Sobre la época radical se ha dicho que fue un período de auge del comercio exterior, y según algunos la economía colombiana se orientó hacia el “modelo exportador”. Pero aunque es cierto que en este tiempo el comercio de exportación e importación ganó en importancia, no lo es menos que la expresión “modelo exportador” solo se aplica a una parte de la economía y que esta estaba sujeta tanto a los vaivenes de los precios internacionales como a las paradojas de la economía colombiana.

El mayor producto de exportación colombiano en el siglo XIX fue el oro, cuyo comercio nunca llegó siquiera a rivalizar con el de Brasil, el mayor exportador del metal en América del Sur. Desde la década de 1840 comenzó a ascender el tabaco, cuyas exportaciones llegaron casi al mismo nivel que las del oro en la época radical y se explotaba en plantaciones relativamente grandes en el valle del Magdalena.

También cobró importancia la quina, pero su explotación se hacía de modo tan rudimentario que en poco tiempo se agotaron sus bosques. En este tiempo comenzó a surgir con fuerza el producto que realmente daría fuerza a las exportaciones colombianas desde los primeros años del siguiente siglo: el café.

¿Cuáles eras las importaciones de Colombia? Ciertamente no eran máquinas para sus inexistentes industrias. Por paradójico que parezca, lo que más se compraba en el exterior eran telas, que era el principal producto de las manufacturas colombianas. El segundo renglón eran los alimentos, en un país que se preciaba de ser eminentemente agrícola. No solo es paradójico, sino irónico, el hecho de que en este tiempo las importaciones crecieron a ritmo mayor que las exportaciones y en algunos años el valor de aquellas duplicó al de estas, como en 1867 y 1873.

La exportación de Colombia consiste principalmente en quinas, café, cacao, añil, algunos cueros, minerales (particularmente el oro de las minas de Antioquia), y sombreros de palma nacuma, llamados de jipijapa. Los artículos de importación consisten en telas de todas clases (porque aquí no hay más fábricas de tejidos que las de mantas y lienzos ordinarios del Estado de Santander y de algunos pueblos de Boyacá), herramientas, armas, máquinas, objetos de ferretería, mercería, quincalla, cristalería y loza de todas clases; sombreros, calzado, guantes, perfumería y utensilios de menaje, inclusos los de cocina; porque aquí, fuera de la loza ordinaria, muebles comunes y algunos artículos de primera necesidad, todo se importa del extranjero, inclusos los vinos y licores, y las conservas alimenticias, designadas con el nombre genérico de rancho”.

No obstante, el “modelo exportador” y el auge del comercio exterior solo beneficiaron a una parte ínfima de la población, entre la que se contaban los pocos mineros en gran escala y los propietarios de las plantaciones de tabaco. Lo que predominaba era la pobreza. Según algunos, en comparación con ciudades como Lima, Río de Janeiro o Ciudad de México, la clase rica de Colombia era “una clase indigente”, pero la verdadera indigencia se encontraba en las calles de las ciudades. En 1867, tres años antes de la llegada de Gutiérrez de Alba, Miguel Samper publicó su libro La miseria en Bogotá, en el cual, entre otras cosas, dice lo siguiente:

Las calles y plazas de la ciudad están infestadas por rateros, ebrios, lazarinos, holgazanes, y aun locos. Hay calles y sitios que hasta cierto punto les pertenecen como domicilio, y no falta entre ellos persona que, so pretexto de insensatez, vierta sin interrupción torrentes de palabras obscenas, que son otras tantas puñaladas dirigidas contra la inocencia del niño o el pudor de la mujer”.

En este tiempo, sin embargo, el esquivo progreso al que todos aspiraban comenzó a hacer algunos tímidos asomos en Colombia. Sin que pueda llamarse una revolución en las comunicaciones, en los últimos años de la década de 1860 comenzaron a introducirse mejoras que habrían de disminuir el tradicional aislamiento de las regiones entre sí y del país con el resto del mundo.

El primero de noviembre de 1865, en la administración de Manuel Murillo Toro, se recibió en Bogotá el primer mensaje transmitido por telégrafo eléctrico, por la primera línea que hubo en el país y que comunicó a Bogotá con Facatativá. Dos años después se estableció conexión por cable submarino con Nueva York, y para 1874 ya contaban con oficina telegráfica y línea 48 pueblos y ciudades de los Estados Unidos de Colombia.

Pero el avance más notable –y costoso– de esta época fue la introducción del ferrocarril, símbolo de la revolución industrial en Europa y Estados Unidos. La primera línea empezó a construirse en 1869 para conectar a Barranquilla con el puerto de Sabanilla (después Puerto Colombia), en el Caribe, para evitar la salida al mar por la peligrosa desembocadura del Magdalena. Después se inició la conexión de Medellín con el Magdalena por Puerto Berrío, y en 1881 la de Bogotá con el río, comenzando a tenderse simultáneamente un tramo por la sabana, hasta Facatativá, y otro partiendo de Girardot con dirección a la capital.

En el mismo año empezó la construcción de las líneas de Bucaramanga y Santa Marta hacia el Magdalena, y al mismo tiempo el trayecto que comunicaba al puerto de Conejo, límite de la navegación por vapores de gran tamaño por el Magdalena, con Honda, de donde partían los pasajeros y la carga por camino de montaña hacia Bogotá. El propósito de este tramo, el más desconectado de todos, era evitar los rápidos del Magdalena conocidos como “Salto de Honda”.

Tal vez por el “auge” del comercio exterior y aunque la mayoría de la población era indiferente a esto, en 1870 se fundó el Banco de Bogotá, primer banco comercial de Colombia, que aún hoy existe. Luego se abrieron otros en Medellín, Bucaramanga, Barranquilla, Cartagena, Cali y Neiva, y con los bancos vinieron los billetes, que tampoco circulaban en el país, autorizándose a los bancos comerciales a emitirlos.

También hubo algún avance en el campo educativo. Recién iniciado el gobierno de Eustorgio Salgar, los radicales pusieron por fin en obra sus ideas sobre cómo debía ser la educación primaria. La Ley de 2 de mayo de 1870 autorizó al Ejecutivo para organizarla y establecer escuelas normales en las capitales de los estados. Lo primero se verificó mediante el Decreto Orgánico de Instrucción Pública del 1º de noviembre de 1870, por el cual se declaró la educación primaria gratuita y obligatoria en toda la nación para los niños de 6 a 14 años y se sentaron las bases del sistema educativo, al crearse la Dirección General de Instrucción Pública, convertida en Ministerio de Educación en 1880.

El establecimiento de las escuelas normales se llevó a cabo en 1872, en el segundo gobierno de Manuel Murillo Toro. Mediante contactos diplomáticos hechos en Europa se contrató una misión de pedagogos alemanes, uno para cada estado, con la responsabilidad de fundar una escuela normal y una elemental modelo, anexa a aquella.

También se introdujeron los métodos de enseñanza del pedagogo suizo Johann Pestalozzi, que ponían énfasis en el aprendizaje experimental, en lugar de la rígida memorización de los sistemas tradicionales.

La literatura, por otra parte, continuaba impresionando favorablemente a propios y extraños. Al regresar a su país en 1883, el español Gutiérrez de Alba se llevó la siguiente impresión sobre los escritores colombianos:

Tal vez no habrá una nación en el mundo que, relativamente a su población, haya producido más escritores que Colombia. La afición a las bellas letras sobre todo, es extraordinaria; y entre sus cultivadores se cuentan hoy algunas docenas de poetas y poetisas, que, con mejor escuela y estímulos más poderosos, brillarían por su rica imaginación y fecundidad notables”.

La época en la que vivió en Colombia Gutiérrez de Alba fue sin duda un tiempo de altibajos, paradojas e ironías, que dieron muchos motivos de inspiración a su fértil pluma.