Revista Nacional de Agricultura
Edición 1009 – Noviembre 2020

En el país crece el número de cultivadores que se están convenciendo de las bondades de estos productos.

En la industria nacional de bionsumos hay cerca de medio centenar de jugadores formalizados, que hacen grandes esfuerzos en investigación, desarrollo, producción y comercialización, pero que se ven obligados a alternar con un indeterminado número de productores “de garaje”. Sobre la situación actual de esta actividad hablamos con José Antonio Estevez, director ejecutivo de la Asociación Colombiana de Bioinsumos, Asobiocol, joven organización gremial que reúne a empresas líderes en este campo.

Revista Nacional de Agricultura: ¿Qué llevó a la creación de Asobiocol?

José Antonio Estevez: Asobiocol se creó hace unos cuatro años, cuando varias empresas del sector nos reunimos en Agroexpo, necesitadas de una organización que nos uniera, para llevar el mensaje de los asociados al mercado y ver cómo aprovechar las sinergias de todos para crecer y tener una mayor presencia frente a autoridades, gremios y otros segmentos de la sociedad. Hoy, hacen parte de Asobiocol once empresas, nacionales y extranjeras, y Agrosavia.

R.N.A.: ¿Cuando hablamos de los bionsumos, a qué productos específicamente nos estamos refiriendo?

J.A.E.: A microbiales, extractos de plantas, bactericidas y fungicidas, entre muchos otros.

R.N.A.: ¿Cuál es el tamaño de la industria representada por Asobiocol?

J.A.E.: Nuestros asociados pueden estar facturando alrededor de US$10-15 millones al año. Pero en el país hay unas 40-50 empresas legalmente constituidas y muchas por fuera de toda regulación, es decir, de “garaje”. La informalidad es grande, entre otras razones, porque hay empresarios del campo que producen sus bioinsumos y se los venden a sus vecinos, o los venden con una etiqueta, pero sin ningún tipo de regulación.

Frente al fenómeno de la informalidad, nosotros trabajamos muy de la mano con el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, y buscamos acercamientos con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, para que haya una regulación que facilite y abarate el registro de productos.

R.N.A.: ¿Aparte de la informalidad y el desconocimiento que aún existe de estos productos, que otros problemas enfrenta la industria?

J.A.E.: Uno de los principales problemas que tenemos es el regulatorio. Estamos trabajando para que se modernice esa regulación, que nos asimila a productos químicos, razón por la cual nos exigen los mismos requisitos que se le piden a la industria agroquímica, lo que no es lógico y hace demasiado costoso el registro de nuestros productos.

También hemos tenido algunas limitaciones con el Ministerio de Ambiente, que nos pide una gran cantidad de información sobre productos que sabemos que son eficaces porque se usan en otros países. Debido a esto, por ejemplo, empresas europeas y colombianas no han podido traer algunas especies para control biológico que no son nativas. En otras palabras, no es fácil introducir al país nuevas tecnologías.

Igualmente, cuando queremos desarrollar algunos extractos de plantas y estas no se producen en Colombia, pero sabemos que no ofrecen riesgo, los trámites ante el ICA pueden demorar de seis meses a tres años.

R.N.A.: ¿Cómo se ha venido comportando la demanda de estos productos en el país?

J.A.E.: Este segmento viene creciendo 10-15% anual en el mundo, mientras que en Colombia puede ser un poco mayor. Hoy en día, en los principales cultivos en los que estamos trabajando son las frutas de exportación, como aguacate, gulupa y banano, en vista de que las regulaciones buscan proteger al consumidor en cuanto se refiere a residuos químicos. En el exterior, los consumidores están exigiendo que se reduzca la carga química presente en lo que se están comiendo, cosa que también deberíamos hacer nosotros. Las grandes superficies en Colombia deberían exigir límites de residuos, así como lo hacen con nosotros en Europa. Chile es un caso interesante, porque ya empezaron a pedirles a los productores de hortalizas y frutas que digan qué productos están utilizando para el control de plagas y enfermedades.

También trabajamos en arroz, un mercado que ha crecido bastante, puesto que el agricultor ha comenzado a ver los beneficios de estos productos para el control de plagas y enfermedades. Igualmente, en flores, con productos que han resultado ser muy efectivos para ayudar a combatir problemas fitosanitarios, y por exigencias de importadores que piden una menor carga química en el campo. En papa también hay avances interesantes.

R.N.A.: ¿Entonces, los productos de exportación han comenzado a ser un importante jalonador de la industria de los bioinsumos?

J.A.E.: Claro. El mercado de exportación es el mayor disparador del consumo de este tipo de productos, pero en el nacional también crece el número de cultivadores que se están convenciendo de las bondades de estos productos.

R.N.A.: ¿Cuáles son los inhibidores del consumo en Colombia? ¿El precio? ¿La cultura?

J.A.E.: Primero, la cultura del agricultor, que está acostumbrado a productos fuertes, de choque, que acaben con la plaga o con la enfermedad que tienen. Pero ellos mismos se están dando cuenta de que eso los afecta en su salud personal. En cuanto al precio, la gente considera que son muy costosos para un producto natural, pero no saben que detrás de esto hay un gran trabajo de desarrollo e investigación. Lo que nosotros buscamos es que haya un remplazo o una rotación, que el agricultor incluya estos productos en sus programas de manejo integrado de plagas. No pretendemos que todos entren a la agricultura orgánica, sino ayudarles a manejar las enfermedades y las plagas, para dejar así menos residuos, en el caso de los las frutas, las hortalizas y otros productos.

R.N.A.: ¿A quién es más fácil convencer de las bondades de estos productos, al gran productor o al pequeño?

R.N.A.: Por la dificultad que tenemos para acceder a él es más difícil convencer al pequeño productor. Una campaña de convencimiento, dirigida a los pequeños, resulta muy costosa y complicada, razón por la cual buscamos trabajar con organizaciones como la Asociación de Hortofruticultores de Colombia, Asohofrucol, y el Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena. Ahora bien, a los grandes hay que demostrarles, técnicamente, la eficacia de estos productos, para crear confianza. En esto es importante el papel de los asistentes técnicos, que en su mayoría creen más en los agroquímicos.

R.N.A.: ¿Hay contrabando?

J.A.E.: No hemos sabido que al país ingrese contrabando de bioinsumos.

R.N.A.: ¿Colombia exporta bioinsumos?

J.A.E.: Sí, a casi toda América del Sur, América Central y Europa, y me refiero a fungicidas e insecticidas, mercado en el cual son fuertes países como China, Israel, India, Estados Unidos y España. Las exportaciones seguirán creciendo porque hay más demanda, debido a lo cual las empresas están abriendo nuevos mercados, por ejemplo, en Europa (donde se está reduciendo el uso de agroquímicos), Brasil, Perú y América Central. 

R.N.A.: ¿Qué hace la asociación para promover el uso de estos productos?

J.A.E.: Actualmente, tenemos una campaña de medios por diferentes redes, a través de las cuales mostramos los beneficios del uso y manejo de los biopesticidas. La segunda parte es un trabajo de demostración en algunas parcelas de tomate y aguacate, y a través de una alianza con Agrosavia, Asohofrucol y otras empresas, estamos trabajando en la construcción de un proyecto para dar a conocer estos insumos entre cultivadores de esos dos productos, en la Zona Cafetera y en Boyacá. También estamos trabajando de la mano con la FAO, que está interesada en este tipo de iniciativas para reducir la carga química.

R.N.A.: ¿Cómo está la industria nacional de bioinsumos frente a las de Chile, Perú y México?

J.A.E.: Lo que le puedo decir es que aquí las regulaciones han limitado mucho el crecimiento de la industria, ya que dificultan la producción y exportación de estos bienes, empezando porque se necesitan muchos permisos para montar una planta.

En Chile esta industria tiene grandes oportunidades de seguir expandiéndose por el importante negocio de frutas de exportación, que, como le dije, es exigente en cuanto a residuos se refiere. Perú tiene el mismo futuro, gracias a que es exitoso en mercados de exportación, y en México hay una gran demanda de estos por lo amplio del mercado de frutas y hortalizas que tiene en Estados Unidos, entre otros países.

R.N.A.: ¿Las multinacionales de los agroquímicos terminarán en el negocio de los bioinsumos?

J.A.E.: Están ampliando su participación en este mercado, y algunas compañías han hecho alianzas para la distribución de bioinsumos, en un esfuerzo, de una parte, por llenar los espacios que han dejado los productos que les han comenzado a prohibir, por residuos, por toxicidad, cosa que también está ocurriendo en Colombia, y de otra, porque cada día hay más agricultores que les piden este tipo de productos. De todas formas, no es que se vaya a acabar la industria de los agroquímicos, sino que se va a desarrollar mucho más el manejo integrado de plagas.

R.N.A.: ¿Qué tan grande es el mercado mundial de los bioinsumos?

J.A.E.: Me remito a lo que dicen Hugo Grana y Juan Pablo Brichta, expertos argentinos, con información de importantes firmas consultoras internacionales: en el 2018, el mercado global de biopesticidas rondó los US$2.200 millones, y para el 2025 se espera que llegue a US$5.500 millones. Revelan, además, que el mercado de pesticidas tradicionales crece 2% cada año, mientras que el de los bioinsumos lo hace a tasas cercanas a 15%.

También dicen que Estados Unidos (32%), Europa (31%), Asia-Pacífico (18%) y América Latina (19%), son los principales mercados para los bioinsumos.