Revista Nacional de Agricultura
Edición 1005 – Julio 2020

Viaje a un esperanzador proyecto de la Consejería Presidencial para la Estabilización, que ya comienza a dar sus frutos.

Guérima es un pequeño corregimiento del municipio de Cumaribo (Vichada), a más de 600 kilómetros de la capital colombiana, en el sur del país, y fácilmente a dos días de camino en “chiva”, por trochas en medio de la selva. Cinco calles polvorientas trazan el paso para las cerca de ciento cincuenta personas que viven en este centro poblado que no tiene servicio de acueducto ni alcantarillado, y que recibe el servicio de luz apenas dos horas en la noche.

Con una temperatura promedio de 39 grados a la sombra, el Estado es la única institución que ellos hoy reconocen para satisfacer sus necesidades y reactivar la economía en esta pequeña población, donde los gramos de coca circularon durante varios años como moneda “oficial” para cualquier transacción: desde pagar una gaseosa hasta comprar unas cabezas de ganado.

Una forma de vida y una economía ilegal, impuestas en la selva en medio de un vasto imperio criminal cocalero que levantó Carlos Lehder en la década de los ochenta en los Llanos Orientales, después de perder Cayo Norman (Bahamas), también conocida como la Isla de la Fantasía, desde donde manejaba las rutas del narcotráfico hacia Estados Unidos.

En torno a la pista de aterrizaje que construyó Lehder en Guérima para seguir traficando cocaína, cientos de personas llegaron para recoger la coca sembrada en Cumaribo, con la ilusión de salir rápidamente de la pobreza. Mientras Lehder y sus socios del cartel de Medellín festejaban en medio de la danza de los millones, los pequeños cultivadores y recolectores de hoja de coca veían cómo su ilusión se desvanecía en medio de la esclavitud que significó para ellos esta actividad que no les trajo sino ruina y desgracia.

La captura y posterior extradición de Lehder a Estados Unidos, les dejó el espacio libre a los grupos armados ilegales en esta región del país, que por la fuerza impusieron su ley. Y Guérima no fue la excepción.

Alexander (nombre ficticio) es un hombre de veintisiete años que se dedica a la construcción en Bogotá. Recuerda cómo se salvó de ser reclutado cuando tenía doce años.“El guerrillero que mandaba en Guérima le ayudó a mi mamá a sacarme a escondidas del pueblo para que su jefe en la guerrilla no me llevara con ellos…Yo me salvé, pero mi hermana y un primo, también menores, no alcanzaron a escapar y se los llevaron”.

La vida en Guérima

Con el apoyo de la FAC, hicimos un vuelo directo y sin escalas a Guérima, en lo más profundo de la selva del Alto Vichada, muy cerca de la frontera con Venezuela. La mayoría de sus mil habitantes vive en fincas ubicadas a dos y hasta cinco horas en motocicleta, donde trabajan en cultivos de cacao, caña panelera y piña y ganadería, razón por la cual solo bajan al pueblo los fines de semana. Sus hijos estudian en el internado de Guérima, al lado de la pista de aterrizaje.

En Guérima falta todo. Lo único que sobra son dos cosas: las sonrisas de los setenta estudiantes del internado –que antes de la pandemia se turnaban las treinta bicicletas que el colectivo Zona Biciclaje les regaló en diciembre–, y la voluntad y persistencia de las familias que abandonaron la coca para sembrar cacao, en el marco del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos, PNIS.

Casas levantadas en madera, muy pocas en material, maquinaria amarilla abandonada que se devora la maleza, y los desteñidos letreros de bares y discoteca, es lo que queda de esa bonanza de miseria que dejó el narcotráfico.

Pero basta con salir en motocicleta a unos pocos minutos del pueblo para ver una Guérima distinta. Cientos de árboles de cacao intercalados con piñales y plataneras, son el símbolo de la esperanza y el desarrollo que les lleva la política de paz con legalidad de presidente Duque.

La sustitución ha sido un éxito en el Vichada, y la pequeña Guérima es un reflejo de ello. Isidro Montiel, llegó en 1987 a Guérima a sembrar coca y fue el primero en aceptar la oferta de la sustitución. Arrancó la que algunos llaman la “hoja maldita”, recibió ayuda en dinero y especie para atender su alimentación mientras recogía la primera cosecha de cacao, el proyecto productivo que le propuso el gobierno, a través del PNIS.

“En la parte económica, pues muy bueno porque nos dieron recursos, nos dieron semillas, nos dieron animales. Primero que todo, el programa viene con un complemento que es seguridad alimentaria. Aquí nos inclinamos por cacao”, dice.

Isidro, no fue el único en dar el paso a la legalidad. A él se sumaron no solo cultivadores, sino también recolectores de hoja de coca (raspachines) que le dijeron adiós a la coca.

“El cultivo de coca para un pueblo de estos no llama sino miseria, porque en realidad nunca deja nada bueno; en cambio, el cultivo de cacao ya le está dando un progreso al pueblo, le está dando un autosostenimiento legal y van llegando más cosas de parte del gobierno”,asegura, por su parte, John Ever Pardo, antiguo recolector, que hoy, gracias al PNIS, es gestor comunitario y es contratado para adelantar distintas actividades de mantenimiento y conservación en Guérima.

La sustitución: un trabajo de todos

La pista que construyera Lehder la usa hoy la FAC para apoyar con doscientas horas de vuelo al año la sustitución de cultivos en el Vichada. Cada tres meses, uno de sus aviones aterriza en Guérima para recoger la cosecha de cacao de las familias inscritas al PNIS y llevarla hasta Bogotá, donde Casa Luker, transforma y exporta el cacao de Guérima a distintos destinos internacionales.

Hablamos en Guérima con el coronel Javier Parra González, comandante de la Fuerza de Tarea Ares, de la FAC. “Tenemos también toda la dinámica y logística articulada en Bogotá para entregarle este producto a Casa Luker, que es un aliado estratégico comercial para nosotros y les da unos beneficios a los cultivadores de cacao, con unos precios especiales y capacitación tecnológica”,revela.

Al esfuerzo de los campesinos, el apoyo de la FAC y el compromiso de la empresa privada con el campo, se suma el Banco Agrario, que en los últimos dos años se puso en la tarea de firmar convenios en apartadas poblaciones como Guérima, para la puesta en funcionamiento de corresponsales bancarios que les permiten a las familias campesinas no solo acceder de manera inmediata a los giros que les hace el gobierno, sino también a créditos adicionales para ampliar sus proyectos productivos, con bajas tasas de interés y hasta tres años de gracia para el pago.“Así es como se hace la paz: poniendo de nuestra parte y que el gobierno también invierta y sea más directo con el campesino. Así como se viene manejando esto es la mejor manera de hacer paz”, nos dice Isidro Montiel antes de que el avión de la FAC parta de regreso a Bogotá con el cacao que cosechó gracias al proyecto productivo que la Consejería Presidencial para la Estabilización hizo realidad a través del PNIS.

Al cierre de esta edición, Orlando Bustamante, coordinador de la Dirección de Sustitución de Cultivos para el Vichada, alistaba viaje por tierra en medio de la pandemia hasta Cumaribo, el municipio más grande del país (más grande que al menos cuarenta y cinco países del mundo). Allí, definirá con autoridades civiles y la comunidad, la implementación de del Plan Integral Municipal y Comunitarios de Sustitución y Desarrollo Alternativo, Pisca, a través del cual poblaciones como Guérima podrán tener acueducto, luz eléctrica, vías terciarias, colegios y puestos de salud.

Guérima se alista para la nueva intervención, porque la paz con legalidad no se detiene.