Revista Nacional de Agricultura
Edición 1017 – Agosto 2021
Devoto de su familia, de su esposa y del trabajo. Por más de sesenta años, Jaime Cuéllar Chacón ha logrado insistir, persistir y mantenerse vigente en el sector porcícola. ¿Cuál ha sido su secreto? Entrevista de María Isabel Díaz.
Revista Nacional de Agricultura: ¿Quién es Jaime Cuéllar Chacón?
Jaime Cuéllar Chacón: Soy un ciudadano como cualquier otro. La verdad, me considero una persona beneficiaria de muchas bondades por parte de mi familia y del entorno en donde he vivido, y eso se lo agradezco al Creador y a todos mis amigos y compañeros. Yo pertenezco al campo, y creo que eso será así hasta cuando el Señor me llame. Hasta ese momento seguiré en el campo.
R.N.A.: ¿Cómo surge esa conexión con el campo, Usted viene de una familia dedicada a las labores del campo o cómo se enamoró de él?
J.C.CH.: No, curiosamente, mi padre se dedicaba a otras actividades, pero se veía muy motivado a tener una finca, aunque no tenía ni un cromosoma que lo involucrara con el campo. Sin embargo, yo sí me animé desde muy chiquito. La historia de mi vida es que nací hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, y mis padres, mis dos hermanos y yo fuimos trasladados a Estados Unidos por alrededor de tres años. A pesar de ser muy pequeños, alcanzamos a vivir el gradual desarrollo y recuperación de una nación que contribuyó a ganar un conflicto mundial.
Yo me acuerdo de lo curioso que era la forma como regresaban los soldados a Estados Unidos, a la ciudad de Nueva York. Esa para mí fue una experiencia interesante, y aunque esa parte no tiene nada que ver con el agro, nos marcó a mi familia y a mí. Posteriormente, fui remitido, en el Estado de Nueva York, a una academia militar regida por monjas. Fue algo interesante: niños de cinco y siete, años veíamos la forma de aprender inglés rápidamente. Ver otro escenario a muy temprana edad, le facilita a uno el aprendizaje de un idioma extranjero.
Al final de los sesenta, regresamos a Colombia, seguimos en los colegios y al culminar el bachillerato, se me brinda la posibilidad de iniciar los estudios universitarios. Ahí comencé a sentirme muy atraído por la ganadería. Fui aceptado en la Universidad Texas Amet University, al norte de Houston, una universidad muy prestigiosa en disciplinas del agro y sectores pecuarios.
A mediados de los sesenta, completo los estudios en ciencia animal, hoy denominados zootecnia, e inicio trabajos profesionales en Colombia con la empresa Indugan, que era un conglomerado orientado a la ganadería de carne, bajo la modalidad de ganado en participación, muy similar a la que utilizaban los fondos ganaderos. Era un grupo de inversionistas de banca, compañías de seguros y empresas petroleras, que se motivaron al ver que ahí había una oportunidad, y yo tuve la suerte de involucrarme en ese trabajo. Después de varios años, la empresa terminó con un inventario cercano a 100 mil cabezas de ganado, que para esa época era algo muy importante, y ahí comenzó una etapa compleja: ver cómo podíamos modernizar la ganadería, que aún era muy primitiva.
Con el fin de tener unos sistemas más avanzados, la empresa me auspició el posgrado. Indagué para volver a la Universidad de Texas, donde había un frente nuevo, que estaba de moda: la Administración de Centros de Engorde, donde comencé a detectar que el confinamiento de estos animales tenía toda la razón de ser, desde luego, dependiendo del mercado, porque no todos los países del mundo pueden darse ese lujo, y menos en las circunstancias actuales.
Después de dos años de estudio, tuve uno de práctica en el manejo de uno de esos centros, que tenía 70 mil cabezas en un solo sitio, extraordinaria experiencia porque era aprender desde manejar camiones, hasta vivir la veterinaria. Con la empresa quisimos desarrollar en Colombia una idea parecida, pero la verdad es que el manejo del ganado no cambiaba por los costos y otras circunstancias. Comenzamos con algunos proyectos, y por algunos años más estuve involucrado en la producción de carne blanca, levantando terneros e importando lactoremplazadores desde Holanda, pensando que Colombia podía participar en ese mercado, dado el bajo costo de los terneros. Alcanzamos a levantar 1.500-2 mil animales, pero vino la Guerra del Petróleo, en 1974, que complicó todo, al punto que no pudimos exportar ni uno de los seiscientos animales que teníamos listos para enviar a Roma.
Dadas las circunstancias, no tuvimos un buen final, ya que, entre tantas cosas, los procesos de exportación se complicaron mucho. Sin embargo, continuamos por unos años más con una modalidad similar de exportación, pero ya en condiciones normales, intensificando el levante de novillas para las ganaderías de clima frío. Pasamos de las 2 mil cabezas, algo muy exitoso, pues eran animales costosos, pero muy bien criados.
R.N.A.: ¿Y qué pasa cuando termina su paso por esa empresa?
J.C.CH.: A finales de los setenta, comienzo una granja familiar porcina, primitiva al extremo, con mi esposa, siempre con la inquietud de que las cosas había que hacerlas mejor. A mí me horrorizaba ver que por esa época todavía se utilizaban los desperdicios de comida para alimentar a los cerdos. Tuvimos unos momentos difíciles por enfermedades y por la genética que se conseguía en ese momento, la cual era bastante cuestionable, pero no había mucho de donde escoger.
Otro asunto que me preocupaba era el manejo de las aguas residuales, al punto que llegué al extremo de pensar en biodigestores. Con el ministro de Hacienda de ese momento, Joaquín Vallejo, fuimos inocentes pecadores al lanzarnos al uso de los biodigestores, algo novedoso, que funcionaba pero no eran prácticos ni económicos. Aunque vino una enseñanza: utilizar la porquinaza en la fertilización de praderas, y así comenzamos a transportarla en carrotanques.
En ese momento, fue cuando más claro tuve que había que unirse. Así que en mis indagaciones, vi que había unas personas con el mismo interés, pero aisladas, con poca capacidad de endeudamiento y otras limitaciones. Empezamos a conversar en medio de una limitante muy grande: los recursos. No teníamos nada, todo era aprendizaje; encontramos una serie de barreras para empezar a desarrollar el sector porcícola de una forma más adecuada. Pero decidimos crear la Asociación Colombiana de Porcicultores, ACP, integrada por personas bien intencionadas, pero hasta ahí. La inexperiencia nos creaba unas desventajas muy grandes.
Gradualmente, el ánimo de los porcicultores para hacer progresar esta actividad, fue lo que nos aglutinó y nos permitió entender que se necesitaban un liderazgo y un manejo distinto de las cosas. Queríamos ser activos en el sector, pero con orden; sin enfrentarnos a los entes de gobierno, pero con la capacidad de ser escuchados.
R.N.A.: Se empiezan a dar cuenta de que separados tal vez no iban a tener eco sus inquietudes. ¿Hoy, cuándo mira para atrás, si ustedes no hubieran tenido la idea de caminar juntos, cuál hubiera sido el destino de los productores de cerdo en Colombia?
J.C.CH.: En la medida en la que la gente va viendo éxitos, adhiere a las causas. Hoy, el acompañamiento de una organización gremial y la parafiscalidad, hacen atractiva la actividad. Tendemos a ser egoístas o individualistas, a pensar que nos las sabemos todas, pero si uno no se aglutina para abrir espacios, para que haya solidez organizativa, para que exista una institución que inspire confianza, que busque salidas, todo es muy complicado.
Si no se hubiera persistido en esos esfuerzos, frente a un mercado desordenado y carente de fortaleza, no hubiese habido atractivos. Además, el consumidor tampoco conocía mucho sobre el cerdo y las bondades de su carne; de hecho, se asociaba a suciedad, a algo que olía feo. Por eso, tuve la obsesión de transformar el sector, y hoy hemos avanzado en forma prodigiosa; el cuento es otro.
R.N.A.: Usted siempre ha insistido en la necesidad de transformar, de hacer las cosas mejor, y definitivamente uno de los sectores que más ha avanzado es el de la porcicultura. En una entrevista que Usted concedió hace casi treinta años, decía que la intención de apostarle a ese propósito no era acabar con el “marrano de fritanguería”, sino responder a las nuevas exigencias del mercado moderno. Tres décadas después, ¿cómo cree que les ha ido en ese propósito de modernizarse?
J.C.CH.: (Risas) Nos ha ido bien, no solo en el propósito de modernizarnos, sino en el de convertir las iniciativas en empresa. Uno tiene que organizarse para saber qué es capaz de producir y cómo hacerlo, pero no para satisfacer los deseos personales de progreso. Lo que yo le venda al consumidor tiene que atraerlo, tener una determinada estructura de costos que me brinde sanidad, inocuidad, que se sepa que es un producto que ha sido debidamente manejado, y eso jamás se iba a lograr con los señores fritangueros.
El sector era muy informal, por lo que la imagen que las amas de casa tenían del cerdo era la de un animal sucio pero de carne rica, y los sitios de carretera en donde había cerdos colgados, con moscas, no ayudaban, no atraían a nadie. Pero la sociedad fue modernizándose, fue captando que las cosas deben ser mejores; la refrigeración se estableció y los mercados empezaron a desarrollarse. Todo esto dio pie para que se buscara la forma de invertir los recursos que ya nos aprobaba el gobierno, en transferencia de tecnología, pero especialmente en la promoción del consumo de la carne de cerdo.
Hoy, después de tantos años, vemos que hay una cosa muy positiva, que la historia es diferente, que hay mucha gente organizada, que hay grandes inversionistas. Y me enorgullece ver que todo esto costó trabajo, pero que hay resultados y que hemos visto éxito en la mayoría de iniciativas en las que hemos venido trabajando.
R.N.A.: Y hablando de esos resultados exitosos, acompañamos recientemente la inauguración del Laboratorio de Diagnóstico Veterinario y de Alimentos, Ceniporcino, de Porkcolombia, un centro de investigación que constituye un hito para el sector agropecuario y para el país, y que además es liderado por una mujer, ¿cómo lograron materializar este esfuerzo?
J.C.CH.: Esa era una necesidad absoluta, una necesidad sentida. Ceniporcino es el centro de investigación y transferencia de tecnología del sector, con el cual Colombia entra a compartir conocimiento con otros entes homologables o similares a este en otros países. Se convierte en un centro científico importantísimo, para avanzar en darle un mejor estatus sanitario y de inocuidad a nuestra actividad. Y tuvimos la fortuna de encontrar a una mujer, Corina Zambrano, persona muy estudiosa, con doctorados, dedicada a la investigación y con experiencia en Porkcolombia en cosas administrativas, así como con trabajos con universidades sobre el consumidor de carne de cerdo.
Corina es una persona muy avanzada en todo esto, le gusta la ciencia y la transferencia de tecnología, puede hablar el mismo idioma con sus pares, que son estudiosos, científicos de laboratorios. Y el laboratorio es algo muy completo, que puede brindarle a todo el sector porcino resultados, apoyo y seguridad.
Es un centro que demandó inversiones muy grandes y la participación de centros de otros países. Es muy grato saber que Colombia cuenta con un centro como este, que se vuelve un complemento de las instituciones de investigación y prevención de enfermedades. Esta es una iniciativa más que loable, que nos llena de orgullo y satisfacción. Vamos bien: nos hemos convertido en una referencia de investigación y consulta para toda América Latina.
R.N.A.: A propósito de la doctora Corina, ¿cómo ha visto Usted la transformación del papel de la mujer en el sector agropecuario?
J.C.CH.: Me parece ideal. Ojalá pudiéramos conseguir que más mujeres vengan a nuestro sector. Colombia no puede seguir con producciones agropecuarias tan primitivas. Es el momento del campo, pero de un campo empresarizado, para lo cual necesitamos mujeres, pues ellas son muy responsables, muy acuciosas, muy concentradas en lo que hacen. Nosotros los hombres somos buenos trabajadores, pero hay ventajas que el sexo femenino tiene: esa consistencia y devoción por las cosas. Pero ojalá también se tenga claro que este es el momento de los jóvenes. Yo no sé por qué se piensa que si me graduó de algo y no estoy en la ciudad nunca voy a llegar a ser gerente de algo. Es el momento del campo y tiene que seguir siéndolo. Colombia puede ser un enorme proveedor de alimentos, de productos del campo a gran escala, pero requiere el compromiso de gente formada y comprometida.
R.N.A.: ¿Cómo ha sido para Usted este camino de ser un empresario del sector agropecuario?
J.C.CH.: Más que interesante, aunque no ha sido fácil, especialmente porque comenzamos desde muy abajo. Hoy en día, las cosas están servidas. Debemos enfocarnos en el valor agregado, debemos ir más allá de simplemente criar un animal y entregarlo a un matadero. Aquí viene una etapa posterior para la empresa pecuaria: los productos especializados de carne de cerdo, que es de las más consumidas en el mundo. Está el espacio, pero hay que trabajar, hay que comprometerse, aprender procesos, encontrar y estudiar las preferencias de las amas de casa, las tendencias del mercado.
R.N.A.: ¿Qué dificultades recuerda en este camino; se planteó en algún momento, “tirar la toalla”?
J.C.CH.: La verdad es que uno debe tener amor por algo, sobre todo, por lo que le gusta. Hay contratiempos superables, pero llega un momento en que si uno no es suficientemente insistente, da su brazo a torcer, porque las dificultades pueden verse más fuertes que uno. ¿Qué hace uno, por ejemplo, con las dificultades de crédito, o para conseguir el alimento, que es vital en la producción pecuaria? Asociarse, buscar la forma de bajar costos. Trabajar en el sector agropecuario le exige a uno ser muy consciente de que siempre hay que hacer un análisis financiero de lo que se está haciendo. Por eso para llevar a cabo una iniciativa, debemos asesorarnos. El agro ofrece muchísimas cosas, pero se requiere devoción, consistencia, persistencia por años. Es un compromiso de vida.